Ejemplos con devotos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La clientela era segura, gentes de Iglesia, que llevaban tras de ellas a los devotos, por considerar a don Esteban como de su clase, y labradores, muchos labradores ricos.
Tòni, el segundo, se burlaba de sus entusiasmos devotos.
Todos los días hace un milagro Hay una escala santa que los devotos suben de rodillas, y muchos de esos chicos la han subido.
Recordó de pronto una estrofa de los gozos que cantaban ante los altares del santo los devotos de su tierra.
Y luego, a la voz del celebrante, que se elevaba sonora entre los devotos murmullos del concurso, cuando comenzaban a ascender las primeras columnas de incienso, de aquel incienso recogido en los hermosos árboles de mis bosques nativos, y que me traía con su perfume algo como el perfume de la infancia, resonaban todavía en mis oídos los alegrísimos sones populares con que los tañedores de arpas, de bandolinas y de flautas, saludaban el nacimiento del Salvador.
Luego, como que era recio de subir, le escogieron para sus penitencias los devotos, y es fama que por su falda pedregosa subían de rodillas en lo más fuerte del sol, los penitentes, contando el rosario.
Revelábase en ella el desprecio a la carne, de los devotos fervientes, el abandono físico, la suciedad cantada como mérito celestial en la vida de muchos santos.
Entonces fueron los otros los que prorrumpieron en aplausos, mientras los devotos elevaban los ojos al cielo.
Los devotos aplaudieron, presintiendo la piedad del marinero: iba a salvar a la Virgen.
Agrupáronse los devotos ante la portada de San Nicolás, y la muchedumbre avanzó lentamente hacia ellos.
La esposa quería verle atravesar Bilbao, con la cabeza descubierta, en las filas de los devotos.
En el fondo estaba el altar, y en su parte baja, detrás de un vidrio, admiraban los devotos un verdadero interior de museo de figuras de cera.
En las grandes fiestas marchaba al frente del cabildo Con capa pluvial y un bastón de plata tan alto como él, que hacía retemblar las losas con sus golpes, y durante la misa mayor y el coro de la tarde rondaba por las naves para evitar las irreverencias de los devotos y las distracciones de los empleados.
Pero a poco me di a considerar lo augusto del templo, la majestad del edificio, lo suntuoso del altar, el efecto que producían en muros y columnas las luces de los hachones, las sombras que al titilar de las flamas bailaban en las pilastras una danza de endriagos espantables y trémulos, y hasta me reí de la grotesca figura de los devotos, del sonsonete de sus rezos, de un estornudo inoportuno que vino a interrumpir una oración solemnemente principiada.
Al compás de los valses o marchas fúnebres que entonaban las bandas, contoneábanse los devotos cirio en mano, y el desfile de santos continuaba, lento, monótono, aplastante: unos, desnudos, con las carnes ensangrentadas y sin otra defensa del pudor que unas ligeras enagüillas, otros, vestidos con pesados ropajes de pedrería y oro.
La multitud agolpábase ante los altares para oír mejor a los actores, granujillas del barrio, roncos de tanto vocear los versos, orondos en sus trajes de ropería, orgullosos de lucir el bonete con pluma y tirar de la espada cuando lo requería el , y era de ver la atención con que escuchaba la predicación de San Vicente, representado siempre por un muchacho paliducho, pedante y melancólico, y las carcajadas con que celebraba las majaderías del motilón, personaje bufo que pasaba el tiempo tragando pan, sorbiendo rapé, sonándose las narices en un pañuelo como una sábana y agujereado como una criba, y diciendo estupideces subidas de color, todo para mayor edificación de los devotos del santo.
Tía Pepilla no quiso llegar hasta el punto donde los devotos bregaban para abrirse paso, y tomó asiento en el último peldaño de la escalinata.
Entregado a tales fantasías, no advertí que los devotos se habían ido, hasta que el sacristán pasó cerca de mí, sacudiendo un manojo de llaves.
Así diciendo, la buena mujer acercó el jóven a uno de los asientos de cal y ladrillo que decoran todavía aquel porche y que sirven de lugar de descanso a los paseantes y a los devotos.
Hojeo más los que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puesto que déstos hay muy pocos en España.

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Ariiba