Ejemplos con desvaído

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Tiene las hojas lobuladas y las cimas de sus tallos se encuentran cubiertas de densas inflorescencias de color amarillo y ocasionalmente de color púrpura desvaído.
Estaba todo azul, ¿no había de estarlo? Azul tenue el cielo, dorado desvaído el sol, verde apagado la campiña, ¡qué bonitos colores tenía la vida aquella mañana!.
El cielo estaba ya desvaído y triste.
Corrió allá, creyendo que el desvaído le había dado motivo para montar en cólera.
Todo dormía en la sociedad y en la política, todo era gris, desvaído, todo insonoro y quieto como la superficie de las aguas estancadas.
Era el desvaído rumor con que llegaba a mi rústico pueblo la grave cuestión que entonces inquietaba a todos los pensadores de Italia.
El súbito descorrer de la cortina me sacó de mis remembranzas, temblé, vi el rostro de mi hermana desvaído en las tinieblas como la imagen de un ensueño.
Su color desvaído de siete cabezas rapadas,.
Cuatro paredes no muy altas, una cruz en el centro, una tejavana humilde a la derecha de la puerta, y en el lado de enfrente media docena de sauces llorones demarcando con sus troncos jorobados un pedacito de tierra, y rozando con las puntas de su lacio y desvaído ramaje el espeso tapiz de nieve que enrasaba toda la superficie del campo santo.
Juanita Vélez, doncella cuarentona, larga y enjuta, por el estilo de su padre, lacia de pelo, de buenos ojos y muy regulares facciones, vestida de finas telas, pero muy antiguas, presuntuosamente simple el corte de su atalaje, pero también algo anticuado, y, por último, Manrique, el menor de los Vélez, hermano de Juanita, un giraldón desvaído y soso, con la boca muy grande y los dientes amarillos, mucho pie, largas piernas y bastante nuez.
Así fueron corriendo los días y las semanas y aun los meses, llegó a ajustarse la tertulia, aunque siempre de confianza, a otro ceremonial menos insípido, y casi bastó para ello la vuelta de Sagrario, que traía impresiones que relatar, hasta de entrevistas con el Gran Turco, mientras su marido, más gangoso que nunca, y alicorto y desvaído, como gallo desplumado, apenas daba señales de lo poco que antes fue, para sacar algunas veces de sus centros al solemne don Mauricio, que no se desconcertaba allí tan fácilmente como solía, jugaban ya las cotorronas al tresillo, y, con excepción de la música y del baile, se hacía allí a todo lo del año pasado entre los íntimos, siendo la enfermedad gravísima de la marquesa obstáculo que no estorbaba para nada, porque, de puro sabido, nadie reparaba en él.
Ya estaban los padres de Ángel enterados de casi todo lo que deseaban saber: por qué trasnochaba, por qué se vestía con tanto esmero, por qué andaba como desvaído a veces, y a veces hecho un cascabel, y hasta sabían por qué había llegado a casa la noche antes tan atolondrado y nervioso.
Era el desvaído rumor con que llegaba a mi rústico pueblo la grave cuestión que entonces inquietaba a todos los pensadores de Italia.
Corrió allá, creyendo que el desvaído Confusio le había dado motivo para montar en cólera.
¡Si me hubiera visto una hora antes sudar de congoja en casa del resonante manchego, y lacio y desvaído a la puerta de su despacho, después de darme con ella en las narices!.
Pero aunque nada de ello hubiese existido, y en vez de muselinas, sedas y blondas, cubrieran su cuerpo menudo, de firmes y armoniosas curvas, el merino, el percal y la batista de las coquetonas servidoras de casa grande, hubiese bastado el oro desvaído de su ondulada cabellera, tan pálida que parecía empolvada, las pupilas de turquesa, ingenuas y soñadoras en que había un breve dejo de ironía, ese matiz de leve burla sentimental de los epigramas de Beaumarchais, la boca de corazón, golosa y sensual, bajo cuyos labios se cobijaba un lunar de terciopelo negro, y, sobre todo, aquella gracia maciza y alada a un tiempo mismo, en una liviana y señoril, gracia frívola, despreocupada y juguetona de ninfa de Versalles, prisionera de largo corsé, que corriera entre corderos lazados de rosa por praderas de esmeraldas sobre los altos tacones de sus chapines de plata, muy siglo XVIII, que le hacía evocar, aun bajo los ceñidos trajes actuales, las pomposas sayas florecidas de rosas y los cuadrados escotes que mostraban apetitosas las duras pomas de los senos.
¡Tierra del suelo sin consistencia y del color sin contornos, baja, húmeda, lisa: tú eres el mayor monumento que la voluntad del hombre tiene sobre el mundo! ¡Pueblo manso y tenaz, grande en muchas tareas, tejedor y hortelano, pintor y marino, pueblo donde se da culto a las flores, que manos blancas y oficiosas cuidan en competencia tras las ventanas de donde acaso se ve, si aclara la bruma, partir las naves que van a tierras caras al sol, por ébano y naranjas y fragantes especias! Como las vacas de tus establos, así tu voluntad es fuerte y fecunda, en el desvaído azul de tus ojos hay reflejos de acero que vienen de tu alma, nadie como tú, pueblo ni hombre, se debió tanto a sí mismo, porque tal como el pájaro junta su nidamenta con las briznas de heno, y las ramillas, y la tierra menuda, y de este modo va tejiendo, hebra por hebra, su nido, de igual manera juntaste tú ese flaco barro que huellas: ¡pueblo donde se ama a las flores, donde el candor doméstico aguarda la vuelta del trabajador en casas limpias como plata, y donde ríos morosos van diciendo, si no el himno, el salmo de la libertad!.

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