Ejemplos con desesperado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Martirio del corazón, martirio de la carne y martirio de la conciencia, acaso más desesperado que todos.
Miedo a la tiniebla, al frío caos, al soplo del espíritu malo, deseo desesperado de luz, de calor, de amor.
Ta ta ta tab tabernera!logró decir la tartamuda, después de un esfuerzo desesperado.
En cierta ocasión ocurrió al Gobierno suspender el periódico una veintena de días, y faltó poco para que el señor Joaquín renunciase, de puro desesperado, al café.
Después, cúmplanse tus maldiciones, y lleven los perros por este arenal mi corazón desesperado.
Su negativa tenaz indignaba a aquellos hombres, la voz melosa del criollo se atiplaba por la ira, y entre amenazas y blasfemias abalanzábanse todos sobre él, y comenzaba la caza del hombre por toda la mazmorra, cayendo los garrotes sobre su cuerpo, alcanzándole lo mismo en la cabeza que en las piernas, acosándolo en los rincones, siguiéndole cuando con un salto desesperado pasaba al muro opuesto, abriéndose camino con la testa baja.
Esteban se había puesto de pie, con ademán desesperado.
La Iglesia, anciana venerable que Gabriel había visto en su país inmóvil, con majestad hierática, sin dignarse tocar un solo pliegue de su manto para no perder el polvo de los siglos, se agitaba en Francia queriendo remozarse, arrojaba a un lado las vestiduras de la tradición, como harapos vetustos que la ponían en ridículo, y distendía sus miembros con esfuerzo desesperado, para acoplarse dentro de la moderna armadura de la ciencia, la gran enemiga del ayer, la gran triunfadora del presente, cuya aparición había sido saludada con hogueras y bochornosas abjuraciones.
Cayó en un mutismo de desesperado: no quería saber nada de fuera de la catedral.
Batistet regresó desesperado de su inútil correría.
Sonó un ladrido desesperado, interminable, como un esquilón sonando a rebato.
Pero allí estaba Batiste como centinela de su cosecha, desesperado héroe de la lucha por la vida, guardando a los suyos, que se agitaban sobre el campo extendiendo el riego, dispuesto a soltarle un escopetazo al primero que intentase echar la barrera restableciendo el curso legal del agua.
Para mayor desgracia, la joven seguía hablando, pero Juanito tembló, pensando que podía quedarse solo y desesperado dentro de pocos minutos por culpa de su timidez, y al fin se sintió hombre.
Su voz despertaba ecos en el inmenso porche, más silencioso que de costumbre por la calma en que estaban las calles, y a pesar de que las gallinas y las palomas picoteaban en torno de él, quitando grandeza a la escena, don Juan parecía un personaje bíblico, un profeta desesperado gimiendo lamentaciones ante las ruinas de la ciudad amada.
¡Oh, ese hombre! ¡Ese pillo! ¡Da lástima ver tanto desesperado, tantos padres de familia dispuestos a matarse o a matar a ese granuja si le pillan! El muy ladrón debió saber antes que nadie lo de la baja, y ¡échale un galgo! ¡Dios sabe dónde estará ahora!.
Misas a centenares, funerales a toda orquesta, limosnas a porrillo, y lágrimas y lamentos que afortunadamente tenía el poder de evitar con sus frases chistosas el doctor don Rafael Pajares, quien, como médico de alguna fama, había sido llamado en los últimos días de la enfermedad del marido, lo que aumentó la languidez de éste y su desesperado desaliento.
¡Ay de vosotros si no os acercáis a tan excelsos caballeros, aparentando que todo lo esperáis de ellos! ¡Ay de quién no les rinda parias! De seguro que nada obtendrá, de fijo que a todo le contestarán con monosílabos, y saldrá de allí colérico y desesperado.
Para mayor tormento del pobre muchacho, los dos viejos cínicos del cafetín hablaban a gritos, y por más esfuerzos que hacía, sus palabras le obsesionaban, le hacían olvidar su papel de poeta desesperado e infeliz, del que en el fondo se hallaba satisfecho.
En aquel segundo ataque desesperado que dio Juan Pablo a su tía, salió de la casa el pobre hombre más muerto que vivo.
¡Oh cruel e inconsiderada mujer decía, con qué facilidad te moviste a poner en ejecución tan mal pensamiento! ¡Oh fuerza rabiosa de los celos, a qué desesperado fin conducís a quien os da acogida en su pecho! ¡Oh esposo mío, cuya desdichada suerte, por ser prenda mía, te ha llevado del tálamo a la sepultura!.
Todo lo oía Camacho, y todo le tenía suspenso y confuso, sin saber qué hacer ni qué decir, pero las voces de los amigos de Basilio fueron tantas, pidiéndole que consintiese que Quiteria le diese la mano de esposa, porque su alma no se perdiese, partiendo desesperado desta vida, que le movieron, y aun forzaron, a decir que si Quiteria quería dársela, que él se contentaba, pues todo era dilatar por un momento el cumplimiento de sus deseos.
Allí fue el desear de la espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza de encantamento alguno, allí fue el maldecir de su fortuna, allí fue el exagerar la falta que haría en el mundo su presencia el tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba, allí el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso, allí fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido sobre el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo había parido, allí llamó a los sabios Lirgandeo y Alquife, que le ayudasen, allí invocó a su buena amiga Urganda, que le socorriese, y, finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso que bramaba como un toro, porque no esperaba él que con el día se remediara su cuita, porque la tenía por eterna, teniéndose por encantado.
Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros.
Y, diciendo esto, se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando tan desconcertados y desaforados pasos, y haciendo tales ademanes, que no parecía sino que le faltaba el juicio, y que no era mujer delicada, sino un rufián desesperado.
Supe más: que el Cardenio, según decían, se halló presente en los desposorios, y que, en viéndola desposada, lo cual él jamás pensó, se salió de la ciudad desesperado, dejándole primero escrita una carta, donde daba a entender el agravio que Luscinda le había hecho, y de cómo él se iba adonde gentes no le viesen.
Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio, que a fe que no faltaran palmadicas que dalle, ni cosas que decille en su alabanza, pero si él aquí estuviera, no consintiera yo que nadie le desalbardara, pues no había para qué, que a él no le tocaban las generales de enamorado ni de desesperado, pues no lo estaba su amo, que era yo, cuando Dios quería.
Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta, conjeturando, por el soneto y carta, por el dinero en oro y por las tan buenas camisas, que debía de ser de algún principal enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de haber conducido a algún desesperado término.
Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo Tántalo con su sed, Sísifo venga con el peso terrible de su canto, Ticio traya su buitre, y ansimismo con su rueda Egïón no se detenga, ni las hermanas que trabajan tanto, y todos juntos su mortal quebranto trasladen en mi pecho, y en voz baja -si ya a un desesperado son debidas- canten obsequias tristes, doloridas, al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja.
En todo hay cierta, inevitable muerte, mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto, y en el olvido en quien mi fuego avivo, y, entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza, ni yo, desesperado, la procuro, antes, por estremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro.
Antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos, que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida, de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone.

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