Ejemplos con dejaban

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los más amigos del novelista, todavía más conocedores que él de su propia fuerza, murmuraban siempre en sus oídos un , y no le dejaban adormecerse con los halagos de la muchedumbre de los lectores, cuyo criterio estético se reduce a admirar lo que está más cerca de sus gustos y propensiones.
Además, hijo de una gran familia, señorones adinerados que nunca le dejaban ir por Toledo con el bolsillo vacío.
¿Querrás creer que aún hay judíos que protestan y dicen que esto es un robo? El otro día, tres soldados de la Academia, que vinieron con unos parditos a ver los gigantones, armaron un escándalo porque no les dejaban entrar por un perro gordo.
Después, cansados los atormentadores de la inutilidad de sus violencias, le dejaban olvidado en la mazmorra.
Gabriel miraba el jardín, orlado por las arcadas de piedra blanca y sus rudos contrafuertes de berroqueña obscura, en cuya cúspide dejaban las lluvias una florescencia de hongos como botones de terciopelo negruzco.
En fin, que si no los querían les dejaban tranquilos, que era todo lo que podían desear.
Ellos eran los que las trabajaban, los que las hacían producir, los que dejaban poco a poco la vida sobre sus terrones.
Iba a labrar la tierra con la escopeta al hombro, él y sus criados se reían de la soledad en que les dejaban los vecinos, las barracas se cerraban a su paso, y desde lejos les seguían miradas hostiles.
A las dos semanas chapurreaba el valenciano de un modo que hacía reír a las labradoras parroquianas de la casa, y sin que la dureza del trabajo disminuyera para él, todos le querían y no sabía a quién atender, pues Melchor por aquí, Melchorico por allí, nunca le dejaban un instante quieto.
El piano mudo, los pinceles olvidados, las rosas, pálidas y desfallecidas, se inclinaban al borde del rico tazón de Sévres, y cuando el viento las movía dejaban caer, uno a uno, sus pétalos marchitos.
Los niños, atraídos por tanta belleza, dejaban sus sillitas, y paso a paso se iban colocando en torno de la florista.
Los vientos otoñales habían extendido en pocos minutos negro manto de nubes, uniformemente obscuras, y sólo en un punto ralas y tenues, hacia el Oriente, donde a través de blancos velos dejaban adivinar las más altas regiones del éter, los océanos superiores del aire, limpios, surcados por mil celajes voladores.
Como era natural, no le faltaron a la tía Carmita muy finos galanes, donceles amartelados que no la dejaban ni a sol ni a sombra, que desde la esquina le hacían unos osos fenomenales, que la seguían a todas partes, lo mismo a las distribuciones piadosas en la iglesia de San Francisco, que, todos los domingos, a la misa de diez en el templo de San Juan de la Cruz, que era, en aquel antaño, la preferida de todas las muchachas lindas y en privanza, como ahora, en estos felices días, la misa de ocho en Santa Marta.
Mas no se tranquilizaba la joven razonando así, y el sobresalto y la incertidumbre no la dejaban vivir.

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