Ejemplos con cotilla

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Es un cotilla absoluto, capaz de disfrutar por igual de los rumores del colegio como de los líos amorosos de la corte de Felipe III.
Lamentablemente fuera el ámbito político en el estado de Jalisco, a Prisciliano Sánchez no se le conoce habitualmente más que por el nombre de la calle que tiene su nombre en la ciudad de Guadalajara, que corre de la calzada independencia hasta la calle López Cotilla.
Su mujer es la más cotilla del pueblo, vicio que ha heredado su hija.
Sería una vecina cotilla, Claudia Elías la que encontraría la pista de Teresita.
Por lo poco agraciado del rostro, lo endeble del cuerpo que se adivina bajo la fuerte cotilla y la extravagante forma del peinado y el traje, debiera este retrato ser enojoso a la vista: en la mujercita así perjeñada y sobrecargada de perifollos hay algo de fenomenal y monstruoso, pero Velázquez ha vertido allí a manos llenas tales encantos de color, una variedad tan rica de rojos, que comprende desde el carmín más intenso al rosa más amortiguado, ha hecho tan vaporosos los tules y brillantes los metales, es tan aéreo lo que puede flotar, tan sólido lo que debe pesar, que la ridícula desproporción entre lo menudo del busto y lo abultado de la falda, todo aquello en que la forma sale maltrecha por la imperfección del modelo y la extravagancia de las ropas, desaparece ante la esplendidez de matices que deleita la vista y lo primoroso, suelto y fácil de aquella ejecución incomprensible y misteriosa que a pocos pasos da a lo pintado la completa apariencia de lo real.
«¿Qué tengo yo que ver con las habladurías de aquel barrio, que es el mentidero de la tía Cotilla? -respondió la Tirado, tomando el primer sorbo de un medio chico del blanco de Méntrida-.
y ambos ganchos brillando en la cotilla.
En aquella época, Sevilla, la grave matrona, con su rosario en la mano, vestía aún la tiesa cotilla, el alto promontorio empolvado, que más que peinado parecía una carga, y los tontillos, con los que sólo por una puerta muy ancha podía pasar de frente una señora.
La cucarda federal habíase desprendido de mi cotilla y sus lazos rojos caían sobre mi falda blanca como dos hilos de sangre.
Su ramillete, el ramilletito de violetas que despareció de entre las blondas de su cotilla al dejar el sarao, asomaba sus azulados pétalos, medio oculto en el pecho de su caballero.
por su cotilla aquel gran mar de tetas.

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