Ejemplos con corruptoras

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aquel Juan brioso, que andaba siempre escondido en las ocasiones de fama y alarde, pero visible apenas se sabía de una prerrogativa de la patria desconocida o del decoro y albedrío de algún hombre hollados, aquel batallador temible y áspero, a quien jamás se atrevieron a llegar, avergonzadas de antemano, las ofertas y seducciones corruptoras a que otros vociferantes de temple venal habían prestado oídos, aquel que llevaba siempre en el rostro pálido y enjuto como el resplandor de una luz alta y desconocida, y en los ojos el centelleo de la hoja de una espada, aquel que no veía desdicha sin que creyese deber suyo remediarla, y se miraba como un delincuente cada vez que no podía poner remedio a una desdicha, aquel amantísimo corazón, que sobre todo desamparo vaciaba su piedad inagotable, y sobre toda humildad, energía o hermosura prodigaba apasionadamente su amor, había cedido, en su vida de libros y abstracciones, a la dulce necesidad, tantas veces funesta, de apretar sobre su corazón una manecita blanca.
Aquel hombre que me arrastró al pecado con maleficio y artes corruptoras es.
Y si Dios es servido de encauzar un día este torrente de groseras y corruptoras pasiones, tornaré a mis lares queridos.
Mostróse también enojado al joven Agnón, que le escribió tener intención de comprar en Corinto a Crobilo, mozo allí de grande nombradía, para presentárselo, y habiendo sabido que Damón y Timoteo, Macedonios de los que servían a las órdenes de Parmenión, habían hecho violencia a las mujeres de unos estipendiarios, escribió a Parmenión dándole orden de que si eran convictos los castigara de muerte, como fieras corruptoras de los hombres, hablando de sí mismo en esta carta en las siguientes palabras: “Porque no se hallará que yo haya visto a la mujer de Darlo ni que haya querido verla, ni dar siquiera oídos a los que han venido a hablarme de su belleza”.
¿Qué hacía París, que no hubieran hecho Babilonia, Antioquía, Síbaris, Roma y tantas otras ilustres corruptoras de la antigüedad remota?.
Aquel Juan brioso, que andaba siempre escondido en las ocasiones de fama y alarde, pero visible apenas se sabía de una prerrogativa de la patria desconocida o del decoro y albedrío de algún hombre hollados, aquel batallador temible y áspero, a quien jamás se atrevieron a llegar, avergonzadas de antemano, las ofertas y seducciones corruptoras a que otros vociferantes de temple venal habían prestado oídos, aquel que llevaba siempre en el rostro pálido y enjuto como el resplandor de una luz alta y desconocida, y en los ojos el centelleo de la hoja de una espada, aquel que no veía desdicha sin que creyese deber suyo remediarla, y se miraba como un delincuente cada vez que no podía poner remedio a una desdicha, aquel amantísimo corazón, que sobre todo desamparo vaciaba su piedad inagotable, y sobre toda humildad, energía o hermosura prodigaba apasionadamente su amor, había cedido, en su vida de libros y abstracciones, a la dulce necesidad, tantas veces funesta, de apretar sobre su corazón una manecita blanca.

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