Ejemplos con comercio

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De la ciudad, por ejemplo, se le pedían franquicias más o menos latas para el comercio o la navegación, a título de no sé qué méritos contraídos por la en determinadas crisis políticas o meteorológicas, pues cuando se trata de pedir, toda razón se alega por motivo justo: del distrito le carreteras o canales, y tal cual elector, porque había perdido la cosecha, por obra de no sé qué plaga, pretendía que se le perdonara la contribución de aquel año, amén de dársele grano para la nueva siembra, y de declarar desde luego exento del servicio militar a un su hijo que debía entrar en el sorteo próximo.
Pregunto, pues: ¿es sólo el deseo de acrecentar vuestras ganancias, extendiendo el comercio y la parroquia, lo que os mueve a abandonar este pacífico rincón, o hay en vosotros alguna otra ambición de distinto género?.
Lejos de perjudicarle esto en su importancia, todo el mundo se la concede para todo, así es que, al creer lo que afirma la opinión pública, don Simón es , es decir, prudente en el consejo, elocuente en emitirle, rico de hacienda, honra del comercio, provecho de la ciudad, benemérito patricio, y cuanto ustedes quieran.
Presentaría, pues, una proposición al Congreso pidiendo las franquicias para el comercio y la navegación, solicitadas por sus amigos, una carretera para cada pueblo, enlazadas con la general, y la exención de pago de contribuciones pecuniarias y de sangre a toda la provincia, por el año próximo venidero, en virtud de los méritos de la consabida plaga y de otras muchas razones que él sabría exponer, de tal modo, que no solamente llevaran al ánimo de los diputados el convencimiento, sino también el espanto y la consternación.
Aceptó la oferta de buen grado don Simón, y como el otro no era tonto, ayudado de su interés particular, ya que no de sus inclinaciones naturales, que eran bien opuestas al comercio, hízose en poco tiempo un de primera fuerza, y llegó a ser un comerciante en toda regla.
La gran casa en donde vivía y ejercía el comercio era de su propiedad.
Al cuarto día de ausencia, Felicita no pudo resistir más, y envió a Telva a la fonda del Comercio, a que averiguase discretamente qué era de don Anselmo Novillo.
Llegaron a la fonda del Comercio.
Como Belarmino, aunque el Padre Alesón le reputase insensato, era un hombre muy sensato, se dió cuenta del daño irreparable que le amenazaba, y era, elevarse tanto, que un día se extraviase más allá de las nubes y no pudiera volver al comercio y relación con los demás hombres.
Vivía en un enorme caserón cercano a las Escuelas Pías, figuraba entre los primeros fabricantes de seda, y más de doscientos telares trabajaban para él, elaborando piezas de seda rayada, vistosa y sólida, y pañuelos de brillantes colores, que eran enviados a las más apartadas provincias de España y hasta la misma América, cosa que asombraba y producía cierto temor respetuoso entre el comercio a la antigua.
La mañana pasábala en San Juan, pues el comercio no le había hecho olvidar sus aficiones a las cosas de la Iglesia.
El fabricante y el dueño de eran antiguos amigos, y hasta se murmuraba que el primero había ayudado a éste con una generosidad extraña en los primeros tiempos de su comercio.
¡Muchacho, avisa a la señora que está aquí doña Manuela! Un aprendiz lanzóse a la carrera por una puertecilla obscura que se abría en la anaquelería: una de esas gargantas de lobo que dan entrada a pasillos y escaleras estrechas, infectas como intestinos, que sólo se encuentran en las casas donde las necesidades del comercio y la aglomeración de mercancías disputan a las personas el terreno palmo a palmo.
Ante su mostrador desfilaban la bizarra labradora y la modesta señorita, atraída por la abundancia de géneros de aquel comercio a la pata la llana que odiaba los reclamos, ostentando satisfecho su título de , y cifraba su orgullo en afirmar que todos los géneros eran del país, sin mezcla de tejidos ingleses o franceses.
Apúrate, aprende esas cosas del comercio que antes no sabías, y ¡adelante, hijito! El corazón me dice que antes de morirme te veré establecido y casado.
De todos los individuos que formaban la tertulia de , don Manuel Fora era el más considerado, a causa de su fortuna sólida y cuantiosa y de respeto que gozaba en el comercio.
Don Eugenio era, sin darse cuenta, el cronista de cuantas modificaciones y adelantos había experimentado aquella plaza, en la que nació a la vida del comercio y debía desarrollarse toda su existencia.
Era un antiguo criado nuestro que cuando la familia vino a menos dejó la casa y se dedicó al comercio.
En el cuadrante un clérigo melancólico, pensativo, fumando, como un árabe delante de su tienda, en el corredor baja de las Casas Municipales un policía haraposo, con el fusil al hombro, paseándose, y allá por la Calle Real, centro del miserable comercio villaverdino, una recua, un pordiosero, y el doctor Sarmiento, muy de prisa, echado el sombrero hacia la nuca, figura invariable, tipo eterno del médico de las poblaciones cortas.
En otros tiempos se vendía bien el vino, tenían dinero los del arroz, y el comercio daba gusto.
¡Santo cielo! ¡Pensar el paño negro y fino que él había vendido a la gente de la Ribera, las mantas que despachaba, los mantones y pañuelos que se habían empaquetado sobre aquel mostrador! ¡Y todos pagaban en oro! Pero ahora, ¡las cosechas no tenían salida, no había dinero, el comercio iba de mal en peor y las quiebras eran frecuentes! Él aún iba tirando, pero sí la cosa continuaba de tal modo, acabaría por cerrar la tienda y morir en el Hospital.
El hombre por quien preguntaba doña Manuela era el fundador de la tienda de , don Eugenio García, el decano de los comerciantes del Mercado, un viejo que arrastraba cuarenta años en cada pierna, como él decía, y mostrábase orgulloso de no haber usado jamás sombrero, contentándose con la gorrilla de seda, que, según él, era el símbolo de la honradez, la economía y la seriedad del antiguo comercio, rutinario y cachazudo.
Como un censo redimible sólo por la muerte, se habían impuesto los dueños de la tienda la obligación de mantener y dar albergue a don Eugenio, el cual, siguiendo sus costumbres independientes de solterón áspero y malhumorado, entraba y salía sin decir una palabra, comía lo que le daban, en los días que hacía buen tiempo paseaba por la Alameda con un par de curas tan viejos como él, y cuando llovía o el viento era fuerte, no salía de la plaza del Mercado e iba de tienda en tienda con su gorra de seda, su capita azul y su bastón muleta, para echar un párrafo con los veteranos del comercio reposado y a la antigua, cuyas excelencias eran el tema obligado de la conversación.

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