Ejemplos con cobijándolos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Una noche, en el Círculo, abrí una ilustración inglesa, miré un grabado, representaba un cuadro, no recuerdo si de Gregory o de Hopkins o de quién... se llamaba «Huérfanos». Una niña morena, como de diez años, arrimada a un banco de carpintero, sostenía con un brazo a otra niña de tres, sentada en el mismo banco, pero muy apretada la cabeza contra el cuerpo de la mayor, al otro lado un niño de cinco o seis años, en pie, se apretaba también contra la hermana grande, procurando como refugiarse bajo el delantal pobre y roto de la rapazuela... Estaban solos, allí no había madre... ni padre... la orfandad era aquello... la soledad absoluta... Primero me venció la impresión desinteresada del arte, y pude observar, pero esta observación me llevó a ver claro... Los tres huérfanos, parecidos, más los pequeñuelos entre sí, miraban al espacio, al porvenir que se echaba sobre ellos, amenazador, misterioso, con vaga conciencia nada más del cruel destino que les aguardaba, del peligro próximo. En el rostro delgado, inteligente, de la hermana mayor, había cierta prematura experiencia, y cierta resignación debida a esfuerzos de voluntad, de valor, impropios de la edad, impuestos por el apuro de la desgracia. Amparaba a sus pequeñuelos cobijándolos, ¡ella, que era tan tierna, tan débil, tan inocente! No importaba, parecía desafiar con humilde tristeza... plácida, resignada, los embates del hambre, del frío, de la indiferencia... del caos de la vida en que iban a caer los huérfanos... El niño tenía expresión más dolorosa, de menos calma, pero también parecía menos atento a la causa de su pena... padecía mucho, y sin embargo, de un modo incoherente, obscuro, distraído por el espectáculo de cuanto le rodeaba. Pero el arte y la expresión patética suprema estaban en el angelillo de tres años, que aplastaba la rizosa melena contra el cuerpo flaco de su hermana, buscando allí el amparo de la madre que faltaba para siempre... ¡Qué mirada aquella! ¡Qué horrorosa tranquilidad melancólica la de aquel dolor que se ignoraba a sí propio! ¡Qué crueldad de pincel sublime, que sabía pintar así el desamparo injusto, la sagrada vida inocente, débil, abandonada, sola, en el universo inconexo, ilógico... ¡Oh! Perdone usted, ni entonces, ni ahora tuve ni tengo palabras para lo que expresaban aquella cabecita celestial, aquellos ojos de la niña de tres años sin padre ni madre, que lo buscaba todo en el amparo frágil de otra huérfana.

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