Ejemplos con cintajos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

No había posibilidad de hacerla pensar más que en sus vestidos, en sus perfumes, en sus cintajos.
Y no lo hacía por ambición ni propósito de medro, no esperaba recompensa, ni galones, ni cintajos, ni cruces, ni siquiera el aumento de un real en su miserable soldada.
Hacía Fabiana sus pequeñas compras de trapos, con añadidura de sombrilla, , cintajos y otras menudencias, todo baratito, pues sabía entenderse con marchantes de poco pelo, luego lo pasaba todo de contrabando por la aduana de Irún, valiéndose de mil tapadijos y de su conocimiento con vistas y carabineros, y al llegar a Madrid, en el círculo de sus variadas amistades se daba un horroroso pisto.
Cartitas de amor, con fina letra inglesa y alguna que otra falta de ortografía: tal vez flores secas y amados cintajos.
Es como todas las mujeres, que en trapos y cintajos derrocharían el Potosí si lo tuvieran en la mano.
Dentro de ella había carretes, cintajos, un canuto de agujas muy roñoso, un pedazo de cera blanca, botones y otras cosas pertinentes al arte de la costura.
A ver si ahora compras florecitas y arreglas cintajos para coquetear en la ventana.
-Quiroga, que no tiene más ambición que la de las cruces y cintajos, no es hombre de travesura.
Y de pronto tuve la visión de la sala de una casa de inquilinato, y la madre de la criatura, urea mujer joven y arrugada- por las penurias, planchando los cintajos del sombrero de la nena.
La criatura exhibía, inocentemente, uno de esos sombreritos con cintajos, que sin ser viejos son deplorables.
Propuso al arzobispo Las Heras que la comprase para la catedral de Lima, mas el coro de canónigos declaró que no estaba la cucarachita Martina para cintajos ni abalorios.
Presumimos que más que el deseo de ver a la doliente amiga, fue la curiosidad que en todas las hijas de Eva inspiran los cintajos, telas y joyas, lo que impulsó a la visitante.
Algunas tardes iba allá con su muñeca, que tenía toda la cara comida, y empezaba a vestirla y desnudarla con trapos y cintajos, para que Alejandro se riera.
El pobrete no sabía otra cosa que aguar el vino, vender gato por liebre y ganar en su comercio muy buenos cuartos, que su bellaca mujer se encargaba de gastar bonitamente en cintajos y faralares, no para más encariñar a su cónyuge, sino para engatusar a los oficiales de los regimientos del rey.
No sé quién la cogió, no sé quién me entregó aquella descomunal pieza de hojas de trapo, de bellotas que parecían botones de librea, con más cintajos que la moña de un toro, claveles como girasoles, letras doradas, y qué sé yo.
A ver si ahora compras florecitas y arreglas cintajos para coquetear en la ventana.
En el trato particular, don Isidro era siempre llano, modesto, y no tenía más orgullo que la incondicional y ardiente adhesión a la Familia, en cuyo servicio había subido de cerero a personaje resplandeciente de galones, cintajos y veneras que infundían a la gente un respeto hierático.
Tomado un breve respiro, proseguí: «En todo tiempo, y más aún cuando ocurren cambios de situación tan radicales como el que estamos viendo, la caterva de menesterosos bien vestidos, agobiada de necesidades por el decoro social de los señoritos y los pujos de elegancia de las señoras y niñas, cae como voraz langosta sobre el prepotente señorío engalanado con plumas, cintajos, espadines, cruces y calvarios, porque esa casta privilegiada es la que tiene en sus manos la grande olla donde todos han de comer.
Habíame yo metido en la cama con la cabeza atiborrada de sucesos extraordinarios y el corazón henchido de impresiones, veía la tempestad rugiendo entre las montañas, desgajando peñascos y desarraigando troncos seculares, y a una docena de hombres, sencilla y naturalmente generosos, envueltos entre remolinos de nieve y de granizo, rodando por los suelos, como la hojarasca muerta de los árboles, veía a Chisco moribundo en el lomo de una roca, sobre el fondo negro de un abismo espantoso, veía las ansias desesperadas de sus compañeros de fatigas, que no hallaban la manera de sacarle de allí, y veía, por último, al noblote Pito Salces volando por los aires y jugándose la vida en aquel arranque brutalmente sublime, por el intento solo de salvar la de su amigo, que de seguro hubiera hecho una barbaridad idéntica por él, consideraba yo todo lo que representaban y valían a la luz del buen sentido estas cosas, y la simple acometida de la excursión a la montaña en un día como aquél, por puro y santo espíritu de caridad, como el hecho más natural y sencillo, sin la menor protesta, sin la más leve duda y sin idea siquiera de la más remota esperanza de lucro ni de aplauso, y, sin poderlo remediar, me acordaba de lo que había leído y oído tantas veces en mi mundo, del clamoreo resonante que solía moverse en tertulias, casinos y papeles, y de los honores y cintajos que se pedían y se otorgaban para premiar una «hazaña» que no valía dos cominos en buena venta, pensaba también en mi pobre tío, a quien las dudas primero, y después el conocimiento de la realidad con todos sus pormenores, habían afectado muy profundamente, y en que le había dejado yo a la puerta de su dormitorio mucho más abatido y macilento que de costumbre, más fatigoso y más perseguido por la tos, en fin, hasta pensé en lo que, en buena justicia, habrían ganado Chisco en la estimación de Tanasia, de quien no era digno un animalote como Pepazos, y Pito Salces en la de Tona, que no habría echado en saco roto las heroicas atrocidades del mozallón que tan de veras la quería.
Pero nunca llegué a conocer por los cintajos y colorines los cargos de tanto farfantón.
Mientras haya padres necios que con exterioridades se engrían y con premios, cintajos y medallitas satisfagan, bien hacen los maestros explotando su necedad.
¿Quién les metía en el ajo de quitar y poner Regentes? ¿Quién les hizo instrumento de la ambición de unos cuantos caballeros de Madrid, y de media docena de militares que querían empleos y cintajos?.
Es claro que este sentimiento de perjuicio, de asunto equivocado, de quiebra ineludible, no afecta primero a los generales que huyen el cuerpo y se engríen con cintajos, ni a los proveedores del ejército y de la armada, ni a los banqueros que lucran en la bolsa de la matanza y de las noticias impostoras, ni al enjambre de piratas de peor estofa que viven de los cadáveres y de la desolación como los buitres.
Si se entusiasmaba hablando de sus marchitos laureles, abría las arcas, abría los armarios, y seda, galones y plumas, abalorios y cintajos en mezcla de colores chillones saltaban a la alfombra, y en aquel mar de recuerdos de trapo perdía la cabeza Quintanar.
Y como ya no es un cura el que pasa, sino dos pueblos armados, alguno de los de los cintajos se echa a la calle al frente de sus batallones y la siembra de cadáveres, proeza que proporciona al espectador de afuera el placer de contemplar después algunos huéspedes nuevos alrededor de la cazuela.
Al efecto, echaron a la calle a los de los fusiles, quedáronse junto a la mesa los de los cintajos, y se colocaron como guardianes a la puerta los que, llamándose ecos de la opinión pública, cargaron de resmas de papel y de fardos de mazapán.
No era la cazuela como la mía, parecíase más al sombrero de Macallister, porque era ''inagotable'', y había en ella, entre mil zarandajas, mendrugos para el estómago, cintajos para las solapas, estrellitas para todo un cielo, fajas para la cintura y hasta bordados para las mangas.
Las hijas, cargadas de similores y de cintajos, muy porosas y verdegueando, con la misma intención de casta rajaban en un estilo mixto de lo más malo de los otros dos.
¿Qué bicho le habría picao? Siempre que entraba y la sorprendía como estaba en aquellos momentos, apenas velado el arrogante seno por la camisa llena de cintajos de colores vivos, al aire los recios brazos de piel cálida y suelto el cabello sobre las carnosas espaldas, siempre tenía para sus carnes duras y morenas, para su pecho de nodriza de la montaña, para su rostro de facciones duras y agitanadas, un borbotón de deseos en sus ojos garzos y pasionales y una frase acariciadora en los labios voluptuosos.
El coche fúnebre se hallaba a la puerta, un coche magnífico, de cuya arquitectura no podía darse cuenta porque estaba materialmente cubierto de flores, de coronas y de cintajos, ocho caballos, lujosamente enjaezados tiraban de él, al lado de cada caballo había un palafrenero, ostentando sobre su cuerpo la enlutada librea de la casa y la blanca y aristocrática peluca, que formaba un contraste grotesco con aquellas fisonomías innobles y rústicas, detrás del carro mortuorio iban las carrozas de gala de la casa, la servidumbre entera, y luego coches y más coches, todos los coches propios de Madrid a no dudarlo.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba