Ejemplos con celoso

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Estaba celoso de los incógnitos amigos que almorzaban con Freya.
No, Miranda eso sí que lo tiene de bueno: celoso, no es.
¿Quién había de achacar a Sol tanta mudanza, a Sol cuya pacífica belleza en el campo se completaba y esparcía, pues era como si la vertiese en torno suyo, y por donde ella anduviese fueran, como sus sombras, la fuerza y la energía? ¿A Sol, que sobre todos levantaba sus ojos limpios, grandes y sencillos, sin que en alguno se detuviesen más que en otro, con Lucía, siempre tierna, para Ana, una hermanita, con Pedro, jovial y buena, con Juan, como agradecida y respetuosa? Pero ese era su pecado: sus ojos grandes, limpios y sencillos, que cada vez que se levantaban, ya sobre Juan, ya sobre otros donde Juan pudiese verlos, se entraban como garfios envenenados por el corazón celoso de Lucía, y aquella hermosura suya, serena y decorosa, que sin encanto no se podía ver, como la de una noche clara.
Saltaban en las sendas los pardos conejos, con su sonrisa marrullera, enseñando, al huir, las rosadas posaderas partidas por el rabo en forma de botón, y sobre los montones de rubio estiércol, el gallo, rodeado de sus cloqueantes odaliscas, lanzaba un grito de sultán celoso, con la pupila ardiente y las barbillas rojas de cólera.
El Conde, a más de ser celoso, era avaro, y la Condesa no podía disponer de un real sin dar estrecha cuenta de todo, justificando la inversión hasta de la más pequeña suma.
Añádase a esto que el Conde era celoso como un turco, y no porque amase mucho a la Condesa, sino por otros motivos.
La amaba yo con toda mi alma, y bien sabe Dios que mi corazón era todo suyo, que nunca mis ojos se fueron en pos de otra mujer, y que era yo celoso, en bien de mi amada, hasta, de la menor palabra que pudiera salir de mis labios con olvido de Angelina, y fuera para ella como una infidelidad mía.
Pues a esta monstruosidad la llamaba Ballester , por ser o haber sido Quevedo muy celoso, y con este mote la designaré, aunque su verdadero nombre era doña Petra.
El velo tenía que ser muy denso porque la franqueza de Fortunata arrojaba luz vivísima sobre los sucesos referidos, y su pintoresco lenguaje los hacía reverberar Dio ella entonces algunos cortes a su relación, comiéndose no ya las letras sino párrafos y capítulos enteros, y he aquí en sustancia lo que dijo: Torrellas, el célebre paisajista catalán, era tan celoso que no la dejaba vivir.
Ocurriósele entonces lo que se le ocurre a cualquier celoso, salir un día, diciendo que iba a la farmacia, y volver en seguida.
Ya Quevedo no era celoso, y desde que su esposa se había redondeado hasta hacer la competencia a los quesos de Flandes, se curó el buen señor de sus murrias y no volvió a hacer el Otelo.
Y comprendiendo por instinto de celoso que echaba un jarro de agua fría sobre aquel contento, dijo a Fortunata: Ya está decidido que nos iremos al pueblo.
Es que para ser celoso se necesitan buenos pulmones.
¿Cómo volvía a vivir a cuestas de su madre, sin más emolumentos que la misa? ¿Y cómo dejaba así de golpe al señorito don Pedro, que le trataba tan llanamente? ¿Y la casa de Ulloa, que necesitaba un restaurador celoso y adicto? Todo era verdad: pero, ¿y su deber de sacerdote católico?.
—Si algun favor, oh Ricardo, imaginas que yo hice a Cornelio en el tiempo que tú andabas de mí enamorado y celoso, imagina que fué tan honesto, como guiado por la voluntad y órden de mis padres, que atentos a que le moviesen a ser mi esposo, permitian que se los diese: si quedas desto satisfecho, bien lo estarás de lo que de mí te ha mostrado la esperiencia cerca de mi honestidad y recato: esto digo por darte a entender, Ricardo, que siempre fuí mia, sin estar sujeta a otro que a mis padres, a quien ahora humildemente, como es razon, suplico me den licencia y libertad para disponer la que tu mucha valentía y liberalidad me ha dado.
Solo no sé qué fué la causa que Leonora no puso mas ahinco en disculparse y dar a entender a su celoso marido cuán limpia y sin ofensa habia quedado en aquel suceso, pero la turbacion le ató la lengua, y la priesa que se dió a morir su marido no dió lugar a su disculpa.
Y en esto ordenó el cielo que a pesar del ungüento Carrizales despertase, y como tenia de costumbre, tentó la cama por todas partes, y no hallando en ella a su querida esposa, saltó de la cama despavorido y atónito, con mas lijereza y denuedo que sus muchos años prometian, y cuando en el aposento no halló a su esposa, y le vió abierto, y que le faltaba la llave de entre los colchones, pensó perder el juicio, pero reportándose un poco salió al corredor, y de allí andando pié ante pié por no ser sentido, llegó a la sala donde la dueña dormia, y viéndola sola sin Leonora, fué al aposento de la dueña, y abriendo la puerta muy quedo, vió lo que nunca quisiera haber visto: vió lo que diera por bien empleado no tener ojos para verlo: vió a Leonora en brazos de Loaysa, durmiendo tan a sueño suelto, como si en ellos obrara la virtud del ungüento y no en el celoso anciano.
Temblando y pasito, y casi sin osar despedir el aliento de la boca, llegó Leonora a untar los pulsos del celoso marido, y asimismo le untó las ventanas de las narices, y cuando a ellas le llegó, le parecia que se estremecia, y ella quedó mortal, pareciéndole que la habia cogido en el hurto.
—Mi amo, respondió el negro, que es el mas celoso hombre del mundo, y si él supiese que yo estoy ahora aquí hablando con nadie, no seria mas mi vida, pero ¿quién sois vos, que me pedís el agua?.
Leonora andaba a lo igual con sus criadas, y se entretenia en lo mismo que ellas, y aun dió con su simplicidad en hacer muñecas, y en otras niñerías que mostraban la llaneza de su condicion y la terneza de sus años: todo lo cual era de grandísima satisfaccion para el celoso marido, pareciéndole que habia acertado a escoger la vida mejor que se la supo imaginar, y que por ninguna via la industria ni la malicia humana podia perturbar su sosiego, y así solo se desvelaba en traer regalos a su esposa, y en acordarle le pidiese todos cuantos le viniesen al pensamiento, que de todos seria servida.
Despidiéronse, informáronse las partes, y hallaron ser ansí lo que entrambos dijeron, y finalmente, Leonora quedó por esposa de Carrizales, habiéndola dotado primero en veinte mil ducados: tal estaba de abrasado el pecho del celoso viejo.
Habíase muerto en él la gana de volver al inquieto trato de las mercancías, y parecíale que conforme a los años que tenia, le sobraban dineros para pasar la vida, y quisiera pasarla en su tierra, y dar en ella su hacienda a tributo, pasando en ella los años de su vejez en quietud y sosiego, dando a Dios lo que podia, pues habia dado al mundo mas de lo que debia: por otra parte consideraba que la estrecheza de su patria era mucha, y la gente muy pobre, y que el irse a vivir a ella, era ponerse por blanco de todas las importunidades que los pobres suelen dar al rico que tienen por vecino, y mas cuando no hay otro en el lugar a quien acudir con sus miserias: quisiera tener a quien dejar sus bienes despues de sus dias, y con este deseo tomaba el pulso a su fortaleza, y parecíale que aun podia llevar la carga del matrimonio, y en viniéndole este pensamiento, le sobresaltaba un tan gran miedo, que así se le desbarataba y deshacia, como hace a la niebla el viento, porque de su natural condicion era el mas celoso hombre del mundo, aun sin estar casado, pues con solo la imaginacion de serlo, le comenzaban a ofender los celos, a fatigar las sospechas y a sobresaltar las imaginaciones, y esto con tanta eficacia y vehemencia, que de todo en todo propuso de no casarse.
—¡Válame Dios! respondió Preciosa, Andres, y ¡cuán delicado andas, y cuán de un sotil cabello tienes colgadas tus esperanzas y mi crédito, pues con tanta facilidad te ha penetrado el alma la dura espada de los celos! Díme, Andres, si en esto hubiera artificio o engaño alguno, ¿no supiera yo callar y encubrir quién era este mozo? ¿Soy tan necia por ventura que te habia de dar ocasion de poner en duda mi bondad y buen término? Calla, Andres, por tu vida, y mañana procura sacar del pecho deste tu asombro, adónde va, o a lo que viene, podria ser que estuviese engañada tu sospecha, como yo no lo estoy de que sea el que he dicho: y para mas satisfaccion tuya, pues ya he llegado a términos de satisfacerte, de cualquiera manera y con cualquiera intencion que ese mozo venga, despídele luego, y haz que se vaya, pues todos los de nuestra parcialidad te obedecen, y no habrá ninguno que contra tu voluntad le quiera dar acogida en su rancho, y cuando esto así no suceda, yo te doy mi palabra de no salir del mio, ni dejarme ver de sus ojos, ni de todos aquellos que tú quisieres que no me vean, y prosiguiendo adelante dijo: Mira, Andres, no me pesa a mi de verte celoso, pero pesarme ha mucho si te veo indiscreto.
Pues mándoles yo que, aunque estas redes, si como son hechas de hilo verde fueran de durísimos diamantes, o más fuertes que aquélla con que el celoso dios de los herreros enredó a Venus y a Marte, así la rompiera como si fuera de juncos marinos o de hilachas de algodón.
Porque doy al celoso, al desdeñado, al olvidado y al ausente las que les convienen, que les vendrán más justas que pecadoras.
Y tú, sol, que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi señora, así como la veas, suplícote que de mi parte la saludes, pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendré más celos de ti que tú los tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, o por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por dónde corriste entonces celoso y enamorado.
El bueno del arriero, a quien tenían despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima por la puerta, la sintió, estuvo atentamente escuchando todo lo que don Quijote decía, y, celoso de que la asturiana le hubiese faltado la palabra por otro, se fue llegando más al lecho de don Quijote, y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones, que él no podía entender.
Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes.
En todo hay cierta, inevitable muerte, mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto, y en el olvido en quien mi fuego avivo, y, entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza, ni yo, desesperado, la procuro, antes, por estremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro.
¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salidad tan de mañana, desta manera?: Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel.

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