Ejemplos con cadena

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Haz tú que tantas culpas te sean perdonadas, compensando con severa castidad la cadena de pecados que tú mismo hubiste de forjar y remachar, y que llevas asida al tobillo y a las muñecas.
Pues mi papá es alcalde de toda la villa, y tiene tres casas como tres palacios, y un primo en la corte del rey, y mi mamá tiene una doncella que es hija de condes, y siete vestidos para cada hora que da el reló, y una cadena así, así, así de larga, que le costó un millón a papá cuando estuvo en París de Francia.
Hecho el primer estudio del terreno por medio de estos y otros datos parecidos y no más lisonjeros, oído el dictamen del centro electoral, y corridos los indispensables propios con las necesarias cartas e instrucciones, arregló don Simón la maleta, rellenó todos sus huecos con cigarros del estanco, vistióse un traje coquetón de camino, hecho , adornó las manos con sus sortijas más voluminosas, echó sobre el pescuezo la cadena más larga, más gorda, más relumbrante de cuantas tenía, y cabalgando en un rocín de mal pelo, pero de mucha resistencia, partió de la ciudad al amanecer de un día, quince antes del en que habían de dar comienzo las elecciones.
Como nuestro hombre es avaro, conviene que se quite usted los guantes para que brillen bien las sortijas, y que se desabroche las solapas para que relumbre la cadena.
En efecto, señor de Cuarteroladijo don Simón enredando con su larga y gruesa cadena de reloj, de modo que se vieran a un tiempo ésta y los anillos de sus dedos: la sociedad se desquicia si pronto no se le busca el remedio.
Preguntó el jayán que alumbraba quienes eran los de afuera, respondieron éstos cumplidamente, y los hizo entrar en una corralada, donde fueron recibidos por un perrazo que se adivinaba por los feroces ladridos, que no cesaban un punto, y por el crujir de la cadena con que estaba amarrado, pues la luz del farol no alcanzaba tres varas más allá del hombre que le sostenía.
Muy señor míoañadía don Simón, quitándose los guantes, abriendo las solapas y dando un cigarro al campesino, para lucir tres cosas de un golpe: su rumbo, su cadena y sus diamantes.
En vano don Simón saludaba hasta a los perros, y mostraba varas de cadena y adoquines de diamantes, y se desgañitaba don Celso para demostrar a las gentes reacias, con el recuerdo de otras muchas elecciones, que el poder hace esas y otras muchas ofertas, y jamás las cumple aunque consiga su objeto.
Rompía la marcha el bedel, oficialmente grave, vestido de negro, al cuello una cadena de plata, seguían cuatro niñas, con trajes blancos, tiritando de frío, morados los pómulos, pero muy huecas del importante papel de llevar las cintas.
No era negligencia, era indiferencia y caimiento de ánimo lo que manifestaba aquel traje obscuro de mezclilla, aquella cadena de oro, impropia para un viaje, aquella corbata atada sin esmero y al caer, aquellos guantes nuevos, de fina piel de Suecia, de color delicado, que no iban a durar limpios ni diez minutos.
Sus manos blancas y femeniles atormentaban la cadena de acero del reloj, y en el meñique de una de ellas rojeaba grueso carbunclo, al lado de otro aro inocente, sortija de colegiala, sobrado estrecha para el dedo, una crucecica de perlas sobre un círculo de oro.
En lontananza, la cadena del Forez erguía sus mamelones donde la nieve refulgía cual una caperuza de plata, los gigantes de Auvernia, vaporosos y grises, parecían fantasmas de neblina, el castillo de Borbón Busset surgía de las brumas con sus torreones señoriales, avergonzando al pacifico palacio de Randán, con todo el desdén de un Borbón legítimo hacia la rama degenerada de los Orleáns.
¿Qué hace un rico si arrastra la cadena de una cativa enfermedad? El mundo es una cárcel escura por donde van las almas hasta que se hacen luz.
Con la satisfacción de un duque que cuenta sus ascendientes, el señor Esteban remontaba la cadena de los Luna hasta titubear y perderse en pleno siglo XV.
Lo primero que llamaba su atención era la cronología de los arzobispos de Toledo, una cadena de hombres famosos, santos, guerreros, escritores, príncipes, todos con su cifra detrás del nombre, como los reyes en las dinastías.
Por estos agujeros bajaban las cuerdas de las grandes lámparas y la cadena dorada que sostiene el Cristo sobre la reja del altar mayor.
Era una cadena infinita de evoluciones, de formas abortadas y de organismos triunfantes por la selección, hasta llegar al hombre, que, por un esfuerzo supremo de la materia que encierra su cráneo, sale de la bestialidad, se despoja de la envoltura animal de sus antecesores, a los que hace sus esclavos, y reina sobre el planeta.
El que rompe la cadena y huye, es un cobarde.
Es una cadena que siempre llevaremos arrastrando.
La fe les hacía esclavos, con una cadena moral que no podía romper revolución alguna.
Era un rumor de avispero, un susurro de colmena, lo que oían mañana y tarde los huertanos al pasar frente al molino de la Cadena, por el camino que va al mar.
Había pasado por debajo de la cadena, y el empleado acababa de detenerle casi en la misma cabeza del tren que avanzaba.
Juanito viose detenido por la cadena que acababa de tender el guardavía.
En las plataformas iban los de la Lonja, tratantes en trigo, molineros, gente campechana y amiga del estruendo, que, en mangas de camisa, botonadura de diamantes y gruesa cadena de oro en el chaleco, arrojaban a los balcones con la fuerza de proyectiles los ramilletes húmedos y los cartuchos de confites duros como balas, con más almidón que azúcar.
Rompía los ojales del chaleco con la enorme cadena cargada de dijes, y él, que antes cuidaba de salir con poca calderilla en el bolsillo, por miedo a los compromisos o a la tentación de entrar en algún café, sacaba ahora, a tuertas y a derechas, su gran cartera de hombre de negocios repleta de billetes del Banco, y muchas veces escandalizaba a los camareros presentando para pagar un refresco un papelote de mil pesetas.
Las oscilaciones de las olas rompen la cadena magnética de las miradas.
Sostenía, no obstante, doña Lupe que el retrato de Jáuregui era una obra maestra, y a cuantos lo contemplaban les hacía notar dos cosas sobresalientes en aquella pintura, a saber: que donde quiera que se pusiese el espectador los ojos del retrato miraban al que le miraba, y que la cadena del reloj, la gola, los botones, la carrillera y placa del morrión, en una palabra, toda la parte metálica estaba pintada de la manera más extraordinaria y magistral.
Su camisa, de rayas coloradas, parecía la bandera de los Estados Unidos, y para recalcar más su facha americana, llevaba una joya en la corbata y una cadena de reloj interminable, que le daba muchas vueltas de una parte a otra del pecho.
Cuando Maximiliano se retiró, iba desarrollando en su mente la más prodigiosa cadena de razonamientos que en aquellas cavilaciones se había visto.
Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos.

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