Ejemplos con bolsa

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cabalmente son subscriptores todos los hombres notables de la política y de la Bolsa.
Aquella pregunta, después de los otros preparativos, le hizo temer que el Ministro le buscara la bolsa.
¿Qué valían éstos para aspirar él, como principal suscriptor, a la ofrecida recompensa? ¡Habría tantos banqueros que le aventajarían por triplicado! Podía ir comprando papel a medida que le fueran remitiendo fondos, pero ¿y si se cubría el empréstito el primer día? ¡Adiós título nobiliario entonces! No le quedaba otro remedio que a todo trance, y lo más sencillo le pareció girar a cargo de su casa las cantidades, y a las fechas marcadas por su apoderado, y negociar las letras en la Bolsa.
¿Qué aconsejó Yago? Llena tu bolsa.
Yo la fundé, tu pobre padre mantuvo la reputación del establecimiento honrado, y ahora tiemblo al pensar lo que ocurriría si Antonio se arruinase en la Bolsa como otros tantos.
Era mejor contener sus deseos durante algunos meses, un año a lo más, dejar que su capital, volteando por la Bolsa, se agrandase como una bola de nieve, y cuando poseyera el tan esperado y respetable millón, hacer que la transformación fuese completa: gozar viendo cómo la pobre costurerilla se convertía, bajo la dirección de su vanidosa suegra, en señora elegante, con gran casa, carruaje y los demás adornos de la riqueza.
No es eso fácil, en la Bolsa sólo se arruinan los tontos, y mi principal tiene buen guía.
Ahora todo el mundo no piensa en otra cosa que en el modo de quitar legalmente la bolsa al vecino.
Ya se atrevía algunas noches a hacerles tertulia hasta las diez, y como la presencia de Micaela daba a la conversación un tinte de seriedad, Juanito hablaba del comercio, de los triunfos de la Bolsa, de la buena fortuna de su principal, y sobre todo, de don Ramón Morte, su grande hombre, al que cada vez tributaba una adoración más vehemente.
Lo primero que se me ocurrió fue averiguar quién era la tal Clarita, y como en su carta le encargaba que fuese a ver al dueño de su casa para pagarle un trimestre, indicándole dónde vive ese señor, fui allá esta mañana, después de oír misa, y supe que la tal inquilina está en la calle del Puerto, en un entresuelito que le han ido pagando en diferentes épocas otros señores de la Bolsa tan imbéciles como mi Antonio.
Antonio es quien sostiene los gastos de la casa, pero cuando él no está entran como visitas los corredores jóvenes, toda la pollería de la Bolsa, que se burla de mi marido.
Aquello entusiasmaba, abría el corazón a la esperanza , y por esto el señor Cuadros, que desde que era tan afortunado en la Bolsa se permitía tener ideas conservadoras, murmuró como un oráculo:.
Revivía la sangre comercial de su padre, el instinto acaparador de su tío don Juan, y contagiado por la atmósfera de jugadas victoriosas y millonadas de papel que respiraba continuamente en la tienda al lado de su principal, había acabado por decidirse, despreciando los bienes positivos y materiales para lanzarse en la fiebre de la Bolsa.
Una parte de su capital lo invirtió su eminente protector en papel del Estado, y con la otra, que era la más exigua, comenzó sus jugadas de Bolsa, siempre a la zaga de Cuadros y sin atreverse a imitar sus golpes de audacia.
No volvía a casa hasta las once de la noche, y después de hacer una corta visita a Tónica y Micaela, iba a un café donde se juntaba la gente de Bolsa y podían apreciarse diariamente las opiniones y profecías de alcistas y bajistas.
Es más: un alma caritativa le había hecho saber que aquella perdida le engañaba, burlándose de él con los chicos de la Bolsa, y don Antonio mostrábase arrepentido, dispuesto a no proteger más mujeres de tal calaña.
Él, tan metódico y cuidadoso de cumplir sus obligaciones, abandonaba la tienda para ir a la Bolsa en compañía de su principal, o a los lugares donde se reunían sus compañeros de explotación financiera.
Cada día eran más respetados, se popularizaban, y ya no eran comerciantes y rentistas los que jugaban en la Bolsa, los pobres, los humildes, buscaban tomar parte en el negocio.
Y para desesperación del pobre viejo, hacía la apología de la Bolsa.
Y el señor Cuadros repetía con expresión pedantesca estos y otros lugares comunes que había oído en la Bolsa de boca de ciertos pillos de levita, que con la dichosa lucha por la existencia justifican rapiñas legales que merecen un grillete.
Permanecía en la tienda lo menos posible, cuando no estaba en la Bolsa, pasaba las horas en el café, mediando en las riñas de alcistas y bajistas , con expresión de superioridad, enganchaba la e iba con Teresa, muy emperejilada, a pasear su nuevo lujo por la Alameda, entre los brillantes trenes, para que supieran más de cuatro que él también, aunque le estuviera mal el decirlo , era de la aristocracia, de la del dinero, que es la que más vale en estos tiempos, y hasta en su misma casa introducía reformas radicales, pasando la familia con violento salto de la comodidad mediocre a la ostentación aparatosa.
Eran las de López las que llamaban, unas perchas , según Amparito, a las que caían rematadamente mal los vestidos lujosos y recargados con que las obsequiaba el papá a cada operación afortunada en la Bolsa.
Pues el tal López no tenía un céntimo, pero metió la cabeza en la Bolsa, y ahora no se dejaría ahorcar por ochenta mil duros, ni por cien mil.
Gentes que un año antes no tenían sobre qué caerse muertas gastaban ahora carruaje propio, comerciantes que no podían pagar una letra de veinticinco pesetas jugaban millones, dándose una vida de príncipes, y la Bolsa, aunque a él le estuviera mal el decirlo , era una gran institución, porque gracias a ella corría el dinero y había prosperidad, y un hombre podía emanciparse de la esclavitud del mostrador, haciéndose rico en cuatro días.
¿Dónde estaban ahora esos ignorantes capaces de asegurar que en la Bolsa se encuentra la ruina? Buenos ejemplos tenía a la vista para convencerse de su error.
Todo quiere empezar, y él, puesto ya en el camino de la suerte, aseguraba a su dependiente que antes de un año tendría millones, sí señor, millones no nominales ni de mentirijillas como los que compraba y vendía en la Bolsa, sino reales y efectivos, prontos a convertirse en fincas o en acciones.
Por la tarde íbase a la Bolsa, de donde volvía al anochecer, sudoroso, enardecido, llevando en su mirada la fiebre de los conquistadores.
Desde que su principal se dedicaba en cuerpo y alma a la Bolsa, animado por ciertas jugadas de fortuna, Juanito era de hecho el dueño de la tienda.
Ya se sabía que Antonio Cuadros se había lanzado en plena Bolsa, y aunque con timidez, hacía sus operaciones, pero cuando tuviera muchos miles de duros, ¡muchos! entonces podía volver Andresito y veríamos.
Aunque don Antonio anda ahora muy ocupado en eso de la Bolsa, siempre tendrá tres mil pesetas para favorecer a unos buenos amigos.

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