Ejemplos con bebedores

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se han excavado dentro de la pirámide un total de ocho kilómetros de túneles, gracias a los cuales se han podido encontrar murales prehispánicos, el más famoso de los cuales es el llamado mural de los bebedores de pulque.
Las ventas empezaron a disminuir a medida de que los bebedores de vino empezaron a aburrirse con la familiaridad de estos vinos.
Cabe recalcar que estos muchachos además de ser grandes músicos, son unos bebedores contumases lo que les ha valido su indiscutible éxito en el mundo femenino, estaría por demás nombrar las innumerables gestas heroicas e ingestas alcohólicas napoleónicas protagonizadas por estos varones, lo cual además les hace merecedores de la admiración de sus congéneres y la envidia de los pobres diablos, lo cual les asegura la inmoratlidad en la memoria colectiva del mundo de la música.
Los británicos y los indúes se retiraron de la Linea de los bebedores de Gin y de Kowloon a causa de un fuerte bombardeo aéreo y de artillería.
Evidencia reciente sugiere que el cáncer del páncreas es más común entre los bebedores de café que entre los que se abstienen de esta bebida, aunque esto no ha sido plenamente confirmado.
Sin embargo, con esto realmente no se capta la idea de la inmediatez del Beaujolais nouveau, y los bebedores pacientes pueden comprar un vino AOC Beaujolais tradicional que se comercializan al año siguiente a precios inferiores sin la promoción exagerada del nouveau.
Amén de las porcelanas, había piezas de argentería antigua y pesada, de esas que se legan de padres a hijos en los honrados hogares de provincia: monumentales salvillas, anchas bandejas, soperones rematados en macizas alcachofas, había cofres de madera embutidos de nácar y marfil, arquillas de hierro labradas como una filigrana, tanques de loza con aro de metal, de formas patriarcales, que recordaban los bebedores de cerveza que inmortalizó el arte flamenco.
¡Vaya un tío! Celebraba interiormente que uno de la tierra hubiese puesto en fuga a los bebedores gritones y brutales que tanto le molestaban otras tardes.
Un portento de originalidad que entusiasmaba a los bebedores.
Sin embargo, los anuncios pavorosos de Celesto no tuvieron inmediato cumplimiento, gracias a la intervención de los bebedores.
Yo bebía también, inducido por él, y por primera vez en la vida, sentía aquel afán de adormecimiento, de olvido, de modificación en las ideas, que impulsa en sus incontinencias a los buenos bebedores ingleses.
Sintióse el choque del cristal contra el cristal y un momento después apuraban los tres las copas con toda la elegante pulcritud que pudiera exigir el más primoroso y pulido de todos los bebedores.
-Oiga usted, señor decurión retirado, ¿conoce usted la acción del alcohol en las flegmasías de los bebedores? no mienta usted, porque no la conoce.
Y lo mejor fue que, obedeciendo una orden súbita de Patricio, se levantó la gente como pudo, abandonó la sala, y unida a los bebedores de abajo, ¡que también estaban buenos! echóse en tropel a la calle, aquí tropezando el débil, cayendo allí el muy cargado, y los más firmes pisando con mucha dificultad, pero todos gruñendo o vociferando, en estridente y desacorde algarabía.
Mediando estaba, cuando dio en hablarse por el pueblo de un empeñado partido a la flor de cuarenta, que se jugaba desde dos noches antes en la taberna, entre Patricio y Barriluco, contra un tal Facio Lindones y otro, su compañero, Polinar Trichorias, es decir, entre los cuatro bebedores de más saque, y floristas más diestros de Coteruco y sus contornos.
Es, pues, indispensable que nuestra cátedra se establezca en la taberna, donde maestros en el arte de exornar el trago con toda la gárrula palabrería de los buenos bebedores públicos, sostengan vivo el fuego de la conspiración.
El mozo lo cogió y lo colocó encima de la mesa de los bebedores.
Y vió el espectáculo de los tres bebedores: el anciano Ibrahim, con la copa en la mano, cantando y moviendo la cabeza, Alí-Nur y Dulce Amiga mirándole fijamente, oyéndole y riéndose a carcajadas.
Pero los bebedores se han metido en la taberna y han atado la pareja a un poste del portal, indicios todos de que sólo Dios sabe a qué hora concluirá aquello y bajo qué techo dormirán nuestros conocidos la robla de los novillos.
Pero Antón Perales no quiere ser menos que su contrinca, y paga otros ocho cuartillos que se beben con la misma solemnidad que los anteriores, con el mismo ceremonial, pero con mayor locuacidad de parte de los bebedores y con peor pulso de la del escanciador.
-Sin reparar en el corro de bolos en que acaban de gritar cincuenta bocas a la vez ¡''eseeé''! al hacer un ''emboque'' uno de los jugadores, abriéndonos paso a través de la batería formada por los pellejos de vino, barriles y cacharros que sobre un carro, debajo y a los lados de él, a la sombra de un castaño, son la delicia de los bebedores, echándonos por la derecha para no turbar el sueño pacífico de los jamelgos de un cura y un señor de aldea, que están amarrados al ''cabezón'' del mismo carro, quizá por casualidad, quizá porque los jinetes tomaron este norte como de mejor atractivo para cuando vaya anocheciendo, guardando el cuerpo del fogoso trotón de ese jándalo, que atraviesa la feria llevando a las ancas la parienta más joven e inmediata que encontró en su pueblo cuando volvió de Andalucía, y cuyo chal de amarillo crespón, no menos que su vestido blanco de empinados volantes, forman extraño contraste con su reluciente y pasmada fisonomía, sin responder a las voces de las importunas fruteras, de los ''agualojeros'', rosquilleros y otros análogos industriales que nos asedian al paso, sin fijarnos, en fin, en ese maremágnum alegre y estimulante que el cuadro presenta a primera vista, salgamos a aquella braña donde hay un grupo de ocho personas y una pareja de novillos uncidos.
Como estas cosas sucedían tan cerca de la hoguera como lo consentía su calor, brillaban los rostros ardorosos de las danzantes, y se podían contar las pintas, los remiendos y las pegas de las alegres sayas de las mozas, y distinguir la que llevaba medias de la que iba en pernetas o de la que estaba descalza, pues de todo había, y tanta era la luz que a la sazón derramaba la hoguera, que transformaba, ante los fascinados ojos, en transparentes jirones de verde gasa el espeso follaje de los árboles, y aun llegaba a la carral de vino con fuerza bastante para que desde la braña se conociera, con sus pelos y señales, a todos y a cada uno de los agazapados bebedores, en la pared de la iglesia se leían cuantos letreros habían escrito allí los muchachos con carbón, relucía el entonces mudo metal de las campanas, como si ardiendo estuviera también, y hasta en el cielo parecía haberse extinguido el fulgor de los astros.
Aquella noche, Ridolfi, uno de los capitanes de Orso, había anunciado mejor presa: justamente acababa de cazar a una joven muy linda, ¡peor para ella si andaba a tales horas por la calle! Alborotáronse los bebedores, Orso, riendo a carcajadas, ordenó que trajesen a la jovencita, que entró, empujada por los soldados, temblorosa, desgreñado el rubio pelo, y los hombres se engrieron al verla, porque era en verdad soberanamente hermosa.

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