Ejemplos con bearnés

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Llamado inicialmente Bernardo el Bearnés, fue reconocido por su padre Gastón III de Foix-Béarn, concediéndole el derecho a utilizar el apellido familiar de Foix.
Estos sucesos llegaron a los oídos del rey navarro y del vizconde bearnés, que realizaron vanos esfuerzos para lograr la paz.
Todo es género corriente recogido en el Bearnés y Languedoc.
Un escocés, de cara colorada como un tomate, de genio alegre, decidor, muy acriollado, a pesar de su acento británico, quien siempre hubiera soñado con ir más lejos, si hubiese tenido la seguridad de encontrar allá el whisky especial que para él, se traía de la capital, un bearnés, cuyos ojos vivarachos discernían al momento, entre las vueltas de un negocio, donde estaba el clavo y donde la pichincha, dos vascos fornidos y bonachones, y unos cuantos criollos, porteños y provincianos, momentáneamente fijados con sus haciendas, en aquellos parajes, por algún capricho del destino, dispuestos todos ellos a internarse más, el día que surgiese el desconocido dueño del campo en que tenían sus animales, o que se viniese a tupir demasiado la población, eran los más asiduos clientes de don José Cuenca.
Firme en estos principios, y como le gustaba mucho el pavo gordo, quiso hacer como su vecino don Urbano, un bearnés vivo, que cebaba los suyos a la fuerza, con pelotillas de harina y con maíz, pero quiso engordar los de él más ligero y mejor, y para esto ¡.
Como los fondos escaseaban hasta la completa ausencia, don Juan Manuel no sabía cómo remediar tamaña devastación, cuando de repente atravesó su cerebro una idea genial, engendrada por el recuerdo de una conversación con el bearnés Navarrot, jardinero de su chacra.
-En la casa en que se ha hecho esa inspección judicial - continuó el cardenal, impasible - se aloja, según creo, un bearnés amigo del mosquetero.
-¡Pero entonces este bearnés es un verdadero demonio! Voto a los clavos, señor de Tréville, como habría dicho el rey mi padre.
Este protagonista es el famoso bearnés conocido en la historia de Francia con el nombre, de Enrique IV.
El señor de Tréville estaba en aquel momento de muy mal humor, sin embargo, saludó cortésmente al joven, que se inclinó hasta el suelo, y sonrió al recibir su cumplido, cuyo acento bearnés le recordó a la vez su juventud y su región, doble recuerdo que hace sonreír al hombre en todas las edades.
A un joven bearnés, cadete en los guardias de Su Majestad en la compañía de Des Essarts, pero apenas acababa de instalarse en casa de su amigo y de coger un libro para esperarlo, cuando una nube de corchetes y de soldados, todos juntos, sitiaron la casa, hundieron varias puertas.
-Sí, a un tal D'Artagnan, un gentilhombre bearnés que ha salido de París con tres amigos suyos con la intención de llegar a Londres.
Los ojos los tenía siempre a medio cerrar, y bostezaba a cada momento, diciendo con el mismo tono: ¡Ah! ¿Quién me librará de este odioso bearnés? Magdalena, da leche azucarada a mi perrito napolitano.
Su dueño, un bearnés gordo, ronco, gritón, gran bebedor de ajenjo, pelado a la mal content e insigne disputador de achaques en historia guerrera y de política, tenía, leguleyo a medias él mismo, una predilección marcada por los últimos.

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