Ejemplos con batalla

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Y cuando estas tempestades no son metafóricas, cuando real y verdaderamente despliega el mar todas sus furias, y no por excepción, sino constante y diariamente, va educando el mar en los pueblos que le ciñen y sin cesar le hostigan y provocan a desafío, una raza tan entera, tan indomable y tan bravía como los mismos huracanes, cuyo rugido acaricia su sueño, tan áspera como las puntas de la costa, sin cesar invadidas, salpicadas y agrietadas por la deshecha espuma, tan amarga y tan acentuadamente salina en la voz y en los ademanes, como que la comunicaron su penetrante acritud las ondas mismas, tan avezada a mirar la muerte de frente, que ni cabe en su ánimo el temor pueril, ni la alegría insensata, ni el fácil y liviano contentamiento, sino una cierta melancolía resignada, un cierto modo grave, llano y sereno de mirar las cosas de la vida como si fuese palestra continua, en que el brazo se fortifica y se dilata el pecho, y la batalla se acepta cuando viene, sin provocarla estérilmente.
Buscólos en sus casas acto continuo, citáronse para el mediodía en la del candidato, y en ella se discutieron ampliamente los preliminares de la batalla.
Según las noticias traídas por los doce encapotados, que conocían el distrito como la palma de la mano, y acababan de recorrerle todo, cumpliendo previas y acertadas instrucciones de los seis jefes, presentes también, la batalla iba a ser muy reñida, y ofrecía un éxito muy dudoso.
Pero si, en último caso, la batalla ofrecía ciertas dificultades, ¿no era don Simón candidato ? ¿No podía, sin mengua de su dignidad, declararse, , y obtener de este modo los auxilios del poder, que se los daría con preferencia al otro candidato, simple aventurero político?.
Lejos de continuar allí la batalla empezada adentro, parecían, con sus cáusticas sonrisas, decir de la nación entera lo que del público aquellos dos cómicos al pararse jadeando entre bastidores, después de haber cruzado en la escena sus aceros, y de salir el uno persiguiendo al otro, entre frenéticos aplausos y gritos de indignación:.
Y cabalmente iba a darse la batalla primera en los artículos que recargaban desatentadamente la propiedad territorial, ya de muy antiguo gravada con impuestos insoportables.
El arzobispo don Martín es capitán general contra los moros de Andalucía, conquista villas y acompaña a Alfonso VIII en la batalla de Alarcos.
En la batalla de las Navas da el ejemplo metiéndose en lo más recio de la pelea, por lo que el rey, después de la victoria, le da el señorío de veinte lugares y el de Talavera de la Reina.
Don Gil de Albornoz, el famoso cardenal, marcha a Italia, huyendo de don Pedro el Cruel, y, como experto capitán, reconquista todo el territorio de los papas refugiados en Aviñón, don Gutierre III va con don Juan II a batallar con los moros, don Alfonso de Acuña pelea en las revueltas civiles durante el reinado de Enrique IV, y como digno final de esta serie de prelados políticos y conquistadores, ricos y poderosos como verdaderos príncipes, surgen el cardenal Mendoza, que guerrea en la batalla de Toro y en la conquista de Granada, gobernando después el reino, y Jiménez de Cisneros, que, no encontrando en, la Península moros a quienes combatir, pasa el mar y va a Orán, tremolando la cruz, convertida en arma de guerra.
A esto hay que preguntar: si la ociosidad es un vicio en los pobres, ¿por qué aparece entre los ricos como un signo de distinción y hasta de elevación de espíritu? Si el trabajo es la mayor de las virtudes, ¿por qué se afanan los capitalistas en amontonar riquezas para librarse ellos y librar a sus descendientes de la práctica de tal virtud? ¿Por qué esa sociedad que ensalza el trabajo con los más poéticos conceptos relega al trabajador a la última fila? ¿Por qué acoge con más entusiasmo a cualquier soldado que estuvo en la batalla tal o cual, que al viejo obrero que ha pasado sesenta años practicando el trabajo, sin que nadie se fije en él ni le agradezca tanta virtuosidad?.
Si el Gran Capitán fuese ahora ministro de la Guerra, veríamos cómo se las arreglaba, aun con este presupuesto militar que agobia a la nación, para poner sus tercios en condiciones de sostener de nuevo una batalla en Italia.
Los dos mayores, abandonando a Pascualet, que se refugiaba lloriqueante detrás de un árbol, agarraban piedras y entablábase una batalla en medio del camino.
Aquel día la batalla había sido dura.
Por la puerta abierta y lóbrega llegaba como un lejano susurro la respiración cansada de la familia, todos caídos, como muertos de la batalla con el dolor.
No le exigían que se fuese de la taberna, librándolos de su presencia odiosa, le ordenaban con amenaza de muerte que abandonase sus tierras, que eran como la carne de su cuerpo, que perdiese para siempre la barraca donde había muerto su chiquitín, y en la cual cada rincón guardaba un recuerdo de las luchas y alegrías de la familia en su batalla con la miseria.
Huirían de allí para empezar otra vida, sintiendo el hambre detrás de ellos pisándoles los talones, dejarían a sus espaldas la ruina de su trabajo y el cuerpecito de uno de los suyos, del pobre , que se pudría en las entrañas de aquella tierra como víctima inocente de una batalla implacable.
Fué su vida una continua batalla con la sequía, un incesante mirar al cielo, temblando de emoción cada vez que una nubecilla negra asomaba en el horizonte.
En el centro del corro los enormes jaulones, donde aleteaban inquietos los pajarracos de la Albufera o los pardos palomos, estremeciéndose a cada descarga, temiendo que les tocase el turno de volar por entre la lluvia de plomo, y junto a ellos el héroe de la fiesta, el , un mocetón despechugado, al aire los bíceps de hércules, limpiándose el sudor, girando como una peonza, haciendo toda clase de muecas y voceando la frase sacramental ¡! antes de soltar las alas que oprimía entre sus manos ¡Allá va! Y aquello era una batalla.
Era verdad, muy cursi, y las tres emprendieron una retirada desastrosa, anonadadas, vencidas, como si acabasen de sostener una batalla con la consideración pública, quedando derrotadas y maltrechas.
Licurgo licencia para adelantarse y ver la batalla que tan cerca se había trabado.
Nos escriben de aquella localidad que el país está tan poco dispuesto a aventuras, que se considera inútil en aquel punto la presencia de la brigada Batalla.
Los distritos inmediatos sí están infestados de partidas, pero la brigada Batalla dará buena cuenta de ellas.
El don Pepito y el brigadier Batalla están siempre juntos conferenciando ¡ay Jesús, Dios y Señor mío! conferenciando sobre sus infernales planes y despachando botellas de vino.

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