Ejemplos con bajas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Penetraba el mar entre ellos, sumiéndose en las bajas arcadas de cuevas submarinas, refugio en otros tiempos de corsarios y depósitos ahora de los contrabandistas algunas veces.
A un lado del promontorio, cortado a pico sobre el mar, descendía el terreno, cubriéndose de verde con arboledas bajas y frondosas, entre las cuales asomaba la mancha blanca de un exiguo caserío.
Espontáneamente, y al parecer sin deliberado propósito, colocaba a las demás personas, a todas, en su lugar debido, es decir, por debajo de ella, unas próximas, otras más bajas, acaso a algunas en posición humillante.
Verse ante las hediondeces de la carne abierta, contemplar el chorreo de la sangre, resultaba horroroso para ella, que había experimentado siempre una repugnancia invencible ante las bajas necesidades de la vida ordinaria.
El sol primaveral caldeaba estas tierras bajas lo mismo que un sol de verano, pero aún podía resistirse.
El mar, visible desde las tierras bajas como una estrecha faja azul, se mostró ahora inmenso y luminoso, un mar solitario, sin un penacho de humo, sin una vela, entregado por completo a las gaviotas.
La consideración de que no era mas que un intruso en este sitio, la molestia de verse sobre un puente en el que no podía dar orden alguna, le hicieron descender a las cubiertas bajas, examinando los grupos de pasajeros.
Primeramente vió unas tierras bajas en las que parpadeaban los últimos fuegos de los faros.
Ráfagas sofocantes cruzaban, muy bajas, casi a flor de tierra, doblegando los tallos de los juncos y estremeciendo el agudo follaje de los mimbrales a su hálito de fuego.
El viento no conseguía henchir las velas bajas: la cangreja pendía del palo lacia y desmayada como un vestido de baile usado.
Y todos tres fueron a sentarse en un rincón de la estancia en sillas bajas.
Al romper el día nadie faltaba a la lista: las bajas eran reemplazadas, los claros que la miseria y la desgracia abrían en sus filas se llenaban inmediatamente.
Los polizontes que guardaban la puerta le dejaron pasar, según la consigna, mirándole con esa especie de receloso respeto que a las gentes bajas de un partido causan siempre los pájaros gordos del partido contrario.
Entre estos dos grupos principales que ocupaban ambas cabeceras sentábanse el resto de los convidados: la señora de López Moreno, que redondeaba a la sazón su inmensa fortuna prestando al veinte por ciento, la marquesa de Valdivieso, que no atestiguaba ya sus sentencias con la autoridad de Paco Vélez, sino con la de Fermín Doblado, la condesa de Balzano, divorciada de su marido y en pleito con sus hijos, el duque de Bringas, declarado pródigo por los tribunales a instancias de su esposa, don Casimiro Pantojas, buscando siempre el de algún verbo griego, dos diputados novatos, cándidos provincianos todavía, a que la ilustre condesa, de acuerdo con el excelentísimo Martínez, tendía el anzuelo de sus banquetes para pescarlos en la oposición futura, el espiritual Pedro López, que pagaba su cubierto todos los viernes con algunas columnas de de prosa , y el marqués de Sabadell, que al notar las siete bajas habidas en el número de convidados, dirigía a Currita miradas impacientes, que hacían en la comprimida cólera de esta el efecto que el viento hace en el fuego, y parecían demostrar en ambos el pesar de ver frustrado en parte algún plan que proyectaban.
El calor arrojaba de sus estrechos cuchitriles a la gente de los pisos bajos, y las puertas estaban obstruidas por corrillos de blancas sombras sentadas en sillas bajas y respirando ruidosamente.
La vela triangular de las embarcaciones, las casitas bajas y blancas, la ausencia de tejados puntiagudos y el predominio de la línea horizontal en las construcciones, traían al pensamiento de Santa Cruz ideas de arte y naturaleza helénica.
Cruzaba por cima de los tojos sin sentir las espinas, hollando las flores del rosado brezo, salvando matorrales casi tan altos como su persona, espantando la liebre oculta detrás de un madroñero o la pega posada en las ramas bajas del pino.
—¡Sobre todo, Manuel, lo que es muy , lo que es detestable, es bajar los ojos, como tú los bajas, huyendo avergonzado de tu propia conciencia, que se asoma a ellos a darme la razon!.

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