Ejemplos con atildada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Vicente y sus amigotes iban contando las personas conocidas asistentes al entierro: Montero Telinge con sus barbas de Isaías, García López con su atildada frialdad, Díaz Quintero, Sánchez Borguella, Barcia, Blanc, Bernardo García y otros muchos de significación radical.
No vendrán ahora mal cuatro pinceladas descriptivas de la casa de Gauna y de sus moradores en aquellos años, gente de atildada bondad y llaneza no incompatibles con el rancio abolengo.
De la vida claustral le habían quedado los ademanes y compostura señoril, en visita o ante personas extrañas, y el habla fina, correcta, en muchas ocasiones atildada.
El cual duque de Arión, a quien llamo así porque se me antoja, callando su verdadero título que es de los más conocidos entre los de España, era un joven de veintidós a veintitrés años, delgado, de regular estatura, semblante frío y sin expresión, de modales elegantes y comedidos, como de persona habituada a la alta etiqueta, y sin otra cosa notable en su persona que la atildada perfección del vestir.
Las tierras labradas encantan la vista con la corrección atildada de sus líneas.
Sesenta años muy cumplidos, alta y no muy gallarda estatura, ojos grandes y vivos, morena y arrugada tez, de color de puchero alcorconiano y con más dobleces que pellejo de fuelle, pelo blanco y fuerte, con rizados copetes en ambas sienes, uno de los cuales servía para sostener la pluma de escribir sobre la oreja izquierda, boca sonriente, hendida a lo Voltaire, con más pliegues que dientes y menos pliegues que palabras, barba rapada de semana en semana, monda o peluda, según que era lunes o sábado, quijada tan huesosa y cortante que habría servido para matar filisteos y que tenía por compañero y vecino a un corbatín negro, durísimo y rancio, donde se encajaba aquélla como la flor en el pedúnculo, un gorrete, de quien no se podía decir que fue encarnado, si bien conservaba históricos vestigios de este color, la cual prenda no se separaba jamás de la cúspide capital del maestro, luenga casaca castaña, aunque algunos la creyeran nuez por lo descolorida y arrugada, chaleco de provocativo color amarillo, con ramos que convidaban a recrear la vista en él como un ameno jardín, pantalones ceñidos, en cuyo término comenzaba el imperio de las medias negras, que se perdían en la lontananza oscura de unos zapatos con más golfos y promontorios que puntadas y más puntadas que lustre, manos velludas, nervudas y flacas, que ora empuñaban crueles disciplinas, ora la atildada pluma de finos gavilanes, honra de la escuela de Iturzaeta, que unas veces nadaban en el bolsillo del chaleco para encontrar la caja de tabaco, y otras buceaban en la faltriquera del pantalón para buscar dinero y no hallarlo.
Hay en Sevilla un género de gente ociosa y holgazana, a quien comunmente suelen llamar gente de barrio: estos son los hijos de vecino de cada colacion y de los mas ricos della, gente baldía, atildada y melíflua, de la cual, y de su traje y manera de vivir, de su condicion y de las leyes que guardan entre sí, habia mucho que decir, pero por buenos respetos se deja.
—¡Oh sí! —dijo el Sabio—, que en todas partes hay vulgo, y por atildada que sea una.
De la vida claustral le habían quedado los ademanes y compostura señoril, en visita o ante personas extrañas, y el habla fina, correcta, en muchas ocasiones atildada.
¡Oh Época ingenua, desprevenida, atildada y rencorosilla: cómo chocheas y qué poco sabes!.
En cuanto al otro autoconsejo, lo modifiqué, pensando que, sin aparentes pretensiones, podía y debía presentarme y aun con atildada elegancia en cuanto a mi exterior se refería.
La muchedumbre que yo había visto a la entrada de la calle de Cedaceros se había ido extendiendo por la Carrera de San Jerónimo, y allí, frente a la iglesia de los Italianos, entre una masa de caras, atónitas unas, ferozmente alegres las más, ardía una enorme hoguera, cuyos rojizos resplandores alumbraban por igual los harapos y las costras de los holgazanes malvados, la atildada levita del indiferente curioso, y el casual, si no estudiado, desaliño de los patriotas vocingleros y de los asombrados como yo.
Rosa, por el contrario, cuidaba mucho de su persona, mostrándose siempre atildada, limpia y aromosa.
Sentámonos, pues, a la ya preparada mesa, que alegró Allo con su conversación un poco verde, que escuchó Jústiz con su atildada compostura, y las ''dos hijas de la casa'', sin darse por entendidas de lo hablado, en atención a una noble botella de Sillery que destaponó y las sirvió Allo en son de próxima despedida, pues, según anunció, debíamos embarcarnos para Málaga a la siguiente noche.

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