Ejemplos con atalaje

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Hay que advertir que Pepe Gómez llevaba aquel día un atalaje, aunque a la ligera y de confianza y con presunciones de campestre, de lo más refino y estirado que se podía inventar, y que Petrilla se daba a Barrabás al ver a su amigo tan esclavo dentro de él, como de los que usaba de ordinario.
Con este continuo hablar, Alejandro de su Nieves y Lucrecia de su Nachito, llegó a empeñarse entre los dos hermanos una verdadera puja de alabanzas de los respectivos vástagos, y picada Lucrecia en su puntillo de madre del niño más hermoso del mundo, envió a su hermano un retrato del prodigio, vestido de ''ranchero'', con su listado ''jorongo'', sus amplias ''calzoneras'' y su sombrero ''jarano''. ¡No se veía al infeliz debajo de las enormes alas y de la pesadumbre de los pliegues! «¿A mí con esas?» se dijo Alejandro, y retrató a Nieves vestida de andaluza con mantón de grandes flecos, y rosas en la cabeza. Salió hecha una lástima la preciosa criatura, pero su padre lo vio de muy distinto modo y mandó el retrato a Lucrecia, que, como había llevado a mal los peros que su hermano se atrevió a poner al pintoresco vestido de Nacho, se despachó a su gusto en la lista de reparos al atalaje de su sobrina. Entonces convinieron ambos en que los chicos se retrataran «al natural». Hízose así, y enseguida el cambio de los retratos entre la gorda Lucrecia y el tuerto Alejandro. Por cierto que hubo una coincidencia bien singular en las dos cartas, conductoras de las respectivas tarjetas, que se cruzaron en el Océano. Cada una de ellas contenía en posdata esta pregunta: «Y tú, ¿por qué no me envías tu retrato?» Preguntas que obtuvieron en su día las correspondientes respuestas.
Te cae bien, bien de verdad, el atalaje ese que te pones por primera vez.
En medio de estas marejadas, revueltas por las impaciencias de la duquesita y su marido, flotaba, por decirlo así, la duquesa madre, sosegadamente entretenida en enderezarse los moños, tender sobre la cara el tupido crespón de color de rosa de su sombrero con lilas, y en esponjar los marchitos perifollos de su juvenil atalaje.
Por delante y a los lados caminan, a veces al tranco, a veces al trotecito, según la firmeza del piso, diez o doce caballos de baja estatura, al parecer de poca fuerza, uno en las varas, conservará el equilibrio del monumento, otro, en las cadenas, de guía, de baqueano, de piloto, inteligente, vivo, fuerte, evitará los pozos y las vizcacheras, enderezará, viboreando, en los pasos difíciles, por el lugar angosto donde no hay encajadura, es el alma del atalaje.
Entonces Fernando, considerando el atalaje del caballo, pensó que el hombre que había sido devorado por la boa debía ser un creyente de calidad, cuya tumba no debía ser el vientre de un monstruo.
Juanita Vélez, doncella cuarentona, larga y enjuta, por el estilo de su padre, lacia de pelo, de buenos ojos y muy regulares facciones, vestida de finas telas, pero muy antiguas, presuntuosamente simple el corte de su atalaje, pero también algo anticuado, y, por último, Manrique, el menor de los Vélez, hermano de Juanita, un giraldón desvaído y soso, con la boca muy grande y los dientes amarillos, mucho pie, largas piernas y bastante nuez.
Al día siguiente fue de los primeros en concurrir a la explanada del embarcadero, pero con otro vestido y otros requilorios muy diferentes de los de la víspera: llevaba encima un atalaje adecuado a las exigencias de la ocasión, algo así como «a la marinera» de teatro, guantes de muchos cosidos, borceguíes a la inglesa, grandes anteojos de mar colgando de una bandolera, y entre manos una bocina descomunal de reluciente azófar, sobre cuyo destino guardaba el obstinado secreto, secreto que era la desesperación de sus amigos, a los cuales consolaba asegurándoles que el detalle «había de quedar,» porque, como irían viéndolo, compondría distinguidísimamente en el cuadro.
Allá se fueron, y, cuando yo estaba preguntándome si no haría bien en seguirlos, veo venir por la travesía un elegante landó pequeño, cuyo cochero traía aún a medio abrochar la chaqueta, y el nudo de la corbata debajo de la oreja, mientras que los extremos de las correas de su atalaje saltan fuera de las hebillas.

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