Ejemplos con atajan

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El ganso de Nicolás fue quien lo echó a perder tomándolo por lo religioso Si al menos se llegara a mí y me dijera: tía, yo me veo en este conflicto, yo he faltado o voy a faltar, o puede que falte si no me atajan.
Cuentan los naturales que el arminio es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle, los cazadores usan deste artificio: que, sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida.
Mas, como decía Píndaro: Al hado estatuido no le atajan ni fuego ardiente ni acerado muro.
Ésta es una casta nueva entre nosotros, una provincia nuevamente descubierta en la península, o, por mejor decir, una nación de bárbaros que hacen en España una invasión peligrosa, si no se atajan sus primeros sucesos.
Los padres y maestros deberían cuidar de instruir a la juventud en la conveniencia, y obligación de honrarse mutuamente, sin disimular, ni dejar de castigar faltas de esta naturaleza, las cuales conforme crece la edad, estragan el pundonor, si no se atajan con tiempo.
Os oyen todos en calma, y sonrientes, y a las veces os animan diciéndoos: ¡es curioso!, o bien, ¡tiene ingenio!, o ¡es sugestivo!, o ¡qué hermosura!, o ¡lástima que no sea verdad tanta belleza!, o ¡eso hace pensar!, pero así que les habláis de resurrección y de vida allende la muerte, se les acaba la paciencia y os atajan la palabra diciéndoos: ¡dejadlo, otro día hablarás de esto!, y es de esto, mis pobres atenienses, mis intolerables inte¬lectuales, es de esto de lo que voy a hablaros aquí.
Tener por toda fortuna, en un mancarrón ajeno, un recado de mala muerte, a veces, un poncho, un tirador y un cuchillo, con las piezas de ropa indispensables para poder, cuando se ofrece, estar entre la gente, no poseer otra cosa, en el mundo, ni querer poseerla, no tener hogar, ni siquiera querencia, para vivir más libre, desconocer todo vínculo, hasta los de familia, de amistad y de interés, estar hoy aquí, mañana allá, vagar entre la costa del mar y la cordillera, entre los áridos desiertos del sur y los campos fértiles del norte, tener la pampa entera por casa, el cielo por techo, la tierra por cama, gozar con oír, tendido de espaldas en el recado, al reparo de las pajas espesas y altas que lo atajan, silbar el viento furioso, que pasa por encima y por los costados del abrigo improvisado, sin poder penetrar en él, evitar las reuniones numerosas, fuentes siempre de peligros y de compromisos, sin ser perseguido, huir de las autoridades, protectoras natas de la riqueza que las mantiene, contra todo pobre que no sea su esclavo ciego, someterse al trabajo, sólo en casos de imperiosa necesidad, por poco tiempo, y por un precio tanto mayor cuanto son menores las ganas que se tiene de hacerlo, conocer en todos sus recovecos, la llanura inmensa, poder ir, en línea recta, a cualquier punto de cualquier comarca, saber las costumbres de cuantas alimañas puede haber en la Pampa, para evitarlas o aprovecharlas, según el caso, entender el idioma de los animales y de las cosas, de la tierra y del pasto, de las estrellas y de las nubes, del sol y del viento, saber pasarlo vagando, sin llamar sobre sí la atención de la policía, tener la memoria del lugar de donde se ha sacado el último caballo, para evitar de volver allí con él, vivir de lo que cae, sin ser delicado, pues, generalmente, vendría mal al caso, el quejarse al dueño, de que sus animales están flacos, y de vez en cuando, agregarse, para invernar, en algún rancho hospitalario, para permitir que se componga el flete, o descansar de alguna temporada de mucha miseria, tal es todavía la vida de más de un gaucho errante en la Pampa lejana, y tal era la de don Matías.
En la llanura, corre el viento sin obstáculos y se extiende sin esfuerzo, en la montaña, choca con moles que le atajan, se encierra en desfiladeros, se desliza, tropieza, muge, da vueltas, se estrella, sin poderlas mover, en las rocas que le cierran el paso, y aunque penetre en ciertas partes, siempre deja sin poderlos explorar, tranquilos valles que parecen ignorar que exista.

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