Ejemplos con aroma

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cuando leía: , doncella más gentil que todos, flor, dulcedumbre, o como decía Prudencio, aquel esteta de la Iglesia antigua: , tesoro, aroma fragante del incienso sabeo y de la mirra, veía en presencia la imagen de Angustias.
La copa de , bebida despacio, le dejó en la lengua y en los dientes un aroma penetrante y fortalecedor, una sed grata, ligerísima, que apagaban los sorbos últimos del café, saturados del fino polvillo que en remolinos lentos se depositaba en el fondo de la taza.
A aquella hora apenas olían las rosas: era más bien un aroma general de humedad y frescura, que se elevaba del césped de las plantas, y del conjunto de árboles vecinos.
Desprendíase de toda la persona de aquella niña dormida aroma inexplicable de pureza y frescura, un tufo de honradez que trascendía a leguas.
La atmósfera de la cerrada habitación era de estufa: flotaban en ella espirituosos efluvios de bebidas, vaho de suculentos manjares, y el calor uniforme, apacible de la chimenea, y el leve aroma resinoso de los ardidos leños.
Poco sabía Lucía de las apariciones de Bernardita la pastora, ni de los prodigios de la sacra montaña, pero con todo eso la imagen la atraía dulcemente con no sé qué voces misteriosas, que vagaban entre el grato aroma de los tiestos de flores y el titilar de los altos y blancos cirios.
De repente, y al desembocar de un pequeño cañón que formaban dos colinas, el pueblecillo se apareció a nuestra vista, como una faja de rojas estrellas en medio de la obscuridad, y el viento de invierno pareció suavizarse para traernos en sus alas el vago aroma de los huertos, el rumor de las gentes y el simpático ladrido de los perros, ladrido que siempre escucha el caminante durante la noche con intensa alegría.
Solo que los duendecillos están escondidos detrás de las puertas, y cuando les vuelve a picar el hambre, porque se han jurado comerse al portero poco a poco, empiezan a dejar escapar otra vez el aroma de las adormideras, que a manera de cendales espesos va turbando los ojos y velando la frente del portero vencido, y no ha pasado mucho tiempo desde que puso a los duendes en fuga, cuando ya vuelven estos en confusión, se descuelgan de las ventanas, se dejan caer por las hojas de las puertas, salen de bajo las losas descompuestas del piso, y abriendo las grandes bocas en una risa que no suena, se le suben agilísimamente por las piernas y brazos, y uno se le para en un hombro, y otro se le sienta en un brazo, y todos agitan en alto, con un ruido de rata que roe, las adormideras.
Me abrió su corazón, y me dejó entrar en lo íntimo de su conciencia, y yo me embriagué con su aroma.
¡Ah! ¡Qué alegremente que repicaban las campanas! ¡Cómo olían los aires a primavera! Venían las brisas cargadas de azahar, y esparcían por la ciudad no sólo el aroma de los naranjales, sino los mil olores de los huertos y de los bosques cercanos, los aromas embriagantes de las amapolas, de los acónitos y de los florecidos, como si la naturaleza despilfarrara todos sus perfumes en obsequio de los niños que volvían a sus hogares.
Y me pareció mirar una niña pálida y rubia, esbelta y graciosa, de grandes ojos de color de violeta, una niña en cuyo semblante puso el cielo angelicales bellezas, que ataviada gallardamente con rica veste azul, corta la falda, dejando ver unos pies brevísimos, pasaba y huía, e iba a perderse entre la sombra que proyectaba en el muro el blanco lecho: la dulce niña objeto de mi primer amor, de ese amor primero que embalsama con su aroma de azucenas la más larga vida, toda una existencia.
Mirábalas una a una, aspiraba su aroma, y en la corola de la más bella, en el ramillete más lindo, dejaba un beso silencioso que yo me apresuraba a recoger.
Diríase que los vientos se apresuran a derramar por los valles el aroma de las flores que se abrieron durante la noche.
En todas partes nos acechan: en el aire, en el agua, en los frutos incitantes que esmaltan los follajes, hasta en el aroma de las flores.
¡Vanos propósitos! ¡Empeño inútil! Me refugiaba yo en el recuerdo de Angelina, como en un puerto salvador, me repetía una y mil veces cuanto ella me había dicho, sus palabras más tiernas, sus frases más doloridas, las expresiones que más hondamente habían penetrado en mi corazón, y cuando me creía victorioso y alardeaba de haber triunfado en mí mismo, la voz de Gabriela, el eco de su piano, el ruido de su falda, el aroma de sus vestidos, cualquiera cosa suya me hacía estremecer, y me sentía débil como un niño, impotente para resistir una mirada, la más indiferente, de sus ojos azules.
Aun quedaba en el aposento el aroma de los vestidos de Gabriela.
Al atravesar la sala aspiré con delicia el aroma de las flores que se morían en el tazón de Sévres, el piano de Gabriela me pareció como todos los pianos, los pinceles esparcidos en la mesa de trabajo, junto a la acuarela principiada, nada me dijeron de la rubia señorita.
El agua corría dulcemente por el sumidero del pilón, y en la espesura del jardincillo el huele de noche embalsamaba el espacio con el penetrante aroma de sus flores tardías.
Angelina había terminado el ramillete, un ramillete de violetas, y me le acercó para que aspirara yo el suave aroma de las flores.
Entre nuestros ojos y el papel, flota siempre una nube de azulado humo que idealiza la materialidad de las cosas, en tanto que allá, en el alma, dulces somnolencias y estrañas vienen a brotar del roce del aroma precioso con el sentido oculto de que hablo.
—Este aroma, que calma y embriaga a la vez, que mitiga las penas y endulza los recuerdos, que renueva la inspiración y fomenta la esperanza, es para nosotros lo que el gas para el globo aerostático: nos levanta de la tierra, nos suspende, nos eleva, nos hace recorrer el espacio, nos aisla completamente de toda relación de tiempo y lugar, y anticipa por momentos la hora mística y solemne de la libertad del espíritu.
¡Entonces se armará la de Dios es Cristo! Desde las hormigas hasta las águilas empezarán a hacer de las suyas: todo será luz, aroma y armonía: todo amor y reproducción.
, esas reinas de la moda, emperatrices del gusto y diosas del amor, revolotean por allí como brillantes mariposas, y óyese el crugido de sus botas sobre la arena o de su vestido contra vuestro pantalón, y aspírase un fugitivo aroma de violeta, y óyese acaso una codiciada voz, y véselas por ultimo montar en su carruaje.
Quedábanse Castita y Eulalia atontadas con el aroma asiático, vacilando entre la admiración y la envidia, pero al fin no tenían más remedio que humillar su soberbia ante el olorcillo aquel de la niña de Arnaiz, y le pedían por Dios que las dejase catarlo más.
El cielo está nublado, ciernen la claridad del sol pardos crespones cada vez más densos, los pinos, juntando sus copas, susurran de un modo penetrante, prolongado y cariñoso, las ráfagas del aire traen el olor sano de la resina y el aroma de miel de los retamares.

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