Ejemplos con ardor

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Por de fuera, serenidad, impasibilidad, en lo más secreto, ardor inextinguible.
Esta luz, luz y lumbre, claridad y ardor, es el amor.
El del , que por la pureza clásica de sus líneas recuerda el famoso lienzo de de Leopoldo Robert, se aparta de él hondamente por el ardor del colorido y por la embriaguez naturalista que le convierte en acabadísimo tipo de geórgica moderna.
Puesto que les correspondía una parte de la felicidad humana, la querían al momento, sin demoras ni resistencias, con el ardor del que reclama lo que le pertenece.
Pero Luna había tomado impulso al remover sus recuerdos históricos y no se detenía, arrastrado por su ardor de propagandista.
No le inspiraba miedo el con su gesto de inquisidor incapaz de razonamientos, quería convencerle, sentía el ardor, el impulso irresistible de sus tiempos de proselitismo, y hablaba sin recatar sus pensamientos, sin buscarles ningún disfraz por consideración al ambiente que le rodeaba.
Gabriel olvidaba toda prudencia en el ardor de la discusión.
La presencia de una mujer parecía animarle, despertando su antiguo ardor de propagandista.
En Londres conoció a una inglesa joven, enferma, que, movida como él por el ardor de la propaganda revolucionaria, iba de la mañana a la noche por los paseos y los alrededores de los talleres repartiendo folletos y hojas impresas que guardaba en una caja de sombreros siempre pendiente de su brazo.
Primero fue Proudhon con sus audaces escritos, después completaron la obra algunos militantes que trabajaban en la misma imprenta que él, viejos soldados de la Commune que acababan de volver del destierro o de las prisiones de Oceanía, y reanudaban su campaña contra la organización social con un ardor acrecentado por los dolores sufridos y el ansia de venganza.
Necesitaba creer en algo, dedicar a la defensa de un ideal la fe de su carácter, hacer uso de aquel ardor de proselitismo que había causado admiración en la clase de Elocuencia del Seminario.
El ardor del proselitismo le hizo abandonar París a los cinco años.
Asomaba la oreja el ardor meridional en todos los juicios.
Teresa la mujer y Roseta la hija mayor, con las faldas recogidas entre las piernas y azadón en mano, cavaban con más ardor que un jornalero, descansando solamente para echarse atrás las greñas caídas sobre la sudorosa y roja frente.
Juanito, contagiado por el ardor de pelea que reinaba en las alturas, sentía tentaciones de gritar que aquello era fastidioso y lo de los cinco mil francos un robo, pero callaba, por miedo a los energúmenos artísticos, y consolábase mirando abajo las rojas filas de butacas, donde se destacaban los lindos sombreros de sus hermanas y la majestuosa capota de mamá.
En la una, las patatas amarillentas, los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza, la col, que se deshacía como manteca vegetal, los nabos blancos y tiernos, con su olorcillo amargo, y en la otra fuente las grandes tajadas de ternera, con su complicada filamenta y su brillante jugo, el tocino temblón como gelatina nacarada, la negra morcilla reventando, para asomar sus entrañas al través de la envoltura de tripa, y el escandaloso chorizo, demagogo del cocido, que todo lo pinta de rojo, comunicando al caldo el ardor de un discurso de club.
La santa y la placera, ambas con igual ardor, trabajaron por atajar la vida que se iba, pero la vida no quería detenerse, y ante la ineficacia de sus esfuerzos, las dos mujeres se pararon rendidas y desconsoladas.
Defendía el joven Rubín los principios fundamentales de toda sociedad con un ardor y una serena convicción que eran el asombro de cuantos le oían.
¡Bueno se iba a poner Feijoo, al saber que la chulita había hecho mangas y capirotes de la doctrina práctica expuesta con tanto ardor y cariño por el simpático anciano, cuando dispuso la separación! ¡Cuánto mejor no haberse separado de aquel hombre sin igual! ¡Ella le habría soportado en su vejez caduca, y habría sido feliz cuidándole como se cuida a un niño inocente! Al llegar a la Plaza de los Carros, y al ver la calle de Don Pedro, pensó que no tendría valor para contarle a su amigo sus últimas calaveradas.
Y al salir de la casa sintió tal pena de haberse expresado con displicencia y ardor, que le faltaba poco para derramar una lágrima.
No, nodijo Guillermina con ardor, ya no puede volverse atrás.
Sus nuevas obligaciones en la botica le llamaban del lado de la química y de la farmacia, y se dedicó a esto con verdadero ardor, deseando aprender.
Porque el ardor de la lucha había determinado como una relajación de la laringe, en términos que la voz se le había vuelto enteramente de falsete.
No comprendo cómo os puede gustar ese ardor, ese picor de mil demonios.
¡Cuántos argumentos se podían oponer a los que la buena señora disparaba con más ardor que lógica! Pero lo que es en argumentar con palabras ¡qué diablo!, todavía no estaba él fuerte.
Planchar y lavar le agradaba en extremo, y entregábase a estas faenas con delicia y ardor, desarrollando sin cansarse la fuerza de sus puños.
Era como la feroz picada de un mosquito cuando estamos empezando a dormirnos dulcemente Por mucho que se estirase el dinero sacado de la hucha, al fin se tenía que concluir, porque todo es finito en este mundo, y el metálico precisamente es una de las cosas más finitas que se pueden imaginar ¡María Santísima!, cuando el temido momento llegase ¡cuando la última peseta del último duro fuera cambiada! Si el mosquito le picaba a Maximiliano cuando estaba en su cama dormido o preparándose a ello, incorporábase tan desvelado cual si fueran las doce del día, o se ponía a dar vueltas en el lecho y a calentarlo con el ardor de su febril zozobra.
Y aun aquel verbo le parecía desabrido para expresar la dulzura y ardor de su cariño.
Sus explicaciones parecían lo que no eran por el ardor con que las practicaba y el carácter humanitario de que las revestía.
Y aquel hombre ¿quién era? preguntó el Delfín que sentía el ardor de una curiosidad febril.

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