Ejemplos con apiñados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Angosta en extremo la tienda, apenas podía encerrar el maremágnum de objetos apiñados en ella, que se desbordaban, hasta invadir la acera.
Unas se tapaban el escote aún sudoroso con el cachemir de cien colores, otras se envolvían entre las pieles del , el zorro azul y la marta zibelina, esta contestando a un saludo, aquella buscando una mirada entre los apiñados rostros, todas parecían en aquel momento hermosas y felices, aunque muchas lo pareciesen sin serlo, todas llevaban algo que decir o habían dado algo que envidiar.
Los más linajudos y los más andrajosos vivían allí, cerca unos de otros, aquellos a sus anchas, los otros apiñados.
Había echado a andar otra vez, iba en dirección a la casa, que se veía entre las ramas deshojadas de los árboles, apiñados por aquella parte.
Era tardo de palabra, y de voz áspera y recia, y mientras las emitía, muy acentuadas y con cierto repicoteo de pronunciación, se tiraba dulcemente de una patilla con los dedos de la mano del mismo lado, apiñados, tiesos y algo temblorosos, como si por allí buscara el chorro de verbosidad, que no salía por ninguna parte, y daba a sus ojos asombradizos una expresión tan rara, que podía dudarse si pedía con ellos misericordia o reclamaba un aplauso.
Otros lirios nacen allí en el agua estancada del río muy parecidos a las rosas, de cuyas raíces sale una vaina semejante en forma al panal de las avispas, dentro de la cual se encierra un fruto formado de ciertos granos apiñados a manera de confites y del tamaño del hueso de aceituna, que se pueden comer así tiernos como secos.
Entonces se pararon creyendo que los enemigos les acometerían al ver que eran tan pocos, pero éstos lo que hicieron fue formar al frente de los Romanos a los coraceros, y corriendo con la demás caballería alrededor de ellos, moviendo grande alboroto, revolvieron los montones de arena y levantaron una densa polvareda, de manera que los Romanos no podían verse ni articular palabra, encerrados en estrecho recinto, apiñados unos sobre otros, recibían crudas heridas, y una muerte no suave y pronta, sino entre convulsiones y acerbos dolores, revolcándose con las saetas y encrudeciendo las heridas o despedazándose y destruyéndose a sí mismos, si querían sacar las puntas con anzuelo, que habían dilacerado las venas y los nervios.
La ciudad aparecía como un hacinamiento irregular de edificios, apiñados y distribuidos sin orden sobre un terreno irregular también, cruzado por angostas y tortuosas calles y erizado de vetustas moles, cuya apariencia unía a su misma pesadez rústica esa clásica severidad de la arquitectura gótico-bizantina, tan pesada en las formas exteriores, tan esbelta y majestuosa sin embargo en el interior de sus bóvedas ojivales, en sus botareles y columnatas.
La «Protegida del Desierto», -así se nombra, y así lo tiene pintado en el exterior de su caja amarilla,- tiene la pretensión de dar sitio en sus bancos implacables, a ocho personas, sin contar las que en racimos apiñados o colgantes, se colocan entre los baúles, valijas, bolsas y demás objetos que pueden cargarse en su techo de zinc.
Él, de aspecto sencillo y bondadoso, con una sonrisa de afectuosa y paternal satisfacción, distribuía su bendición a los feligreses apiñados en rededor suyo, extendiendo la mano para que, arrodillados, besaran el anillo los numerosos sacerdotes y seminaristas que lo venían a saludar, y esta recepción tan despojada de solemnidad y de ceremonias oficiales parecía todo un cuadro de la iglesia primitiva.
Así vino a encontrarse en sitio muy solitario y agreste, donde, rota la espesura que los apiñados árboles formaban con su denso follaje, había una pequeña laguna.
-«¡Ya llega, ya llega!» -murmuraban los socios del Casino apiñados en los balcones, codeándose, pisándose, estrujándose, los músculos del cuello en tensión, por el afán de ver mejor el extraño espectáculo, de contemplar a su sabor a la dama hermosa, a la perla de Vetusta, rodeada de curas y monagos, a pie y descalza, vestida de nazareno, ni más ni menos que el señor Vinagre, el cruelísimo maestro de escuela.
Apenas les dieron vista los que empezaban a pasar las gargantas, cuando corriendo uno hacia Pelópidas le dijo: “Hemos dado en los enemigos”, y replicando él: “¿Pues por qué no éstos en nosotros?”, mandó a la caballería que pasara de la retaguardia como para adelantarse a embestir, y formó muy apiñados a los infantes, que eran pocos, con la esperanza de cortar mejor por donde acometiesen a los enemigos, que le excedían en número.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba