Ejemplos con apeaba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Si la temporada anterior era el temido, y a la postre campeón de aquella edición, Liverpool de Rush, Lee, Robinson quien apeaba a los leones también en San Mamés después de haber obtenido un valioso empate sin goles en Anfield , ahora le tocaba el turno a un Girondis plagado de jugadores internacionales como Laconte, Chalana, Battiston, Giresse y Tigana.
Este rugido debió de llegar a oídos de su feliz amigo, porque algunos segundos después montaba sobre la barandilla y se apeaba bonitamente en la calle.
Todas las protestas y negativas que puso Halconero en su defensa fueron inútiles, porque la niña, firme en su idea y propósito de rompimiento, como actriz concienzuda que sostiene su papel con artístico tesón, no se daba a partido, ni escuchaba razones, ni se apeaba de aquel inflexible tópico de la señora casada y del pelito de oro.
Al poco rato se apeaba en Pobes.
El timbre eléctrico que anuncia la llegada de nuevos viajeros, comenzó a repicar en aquel instante, y, a poco, llegó Gorito Sardona, muy conmovido, anunciando que la señora de López Moreno se apeaba en aquel momento en el , que venía de Madrid, y que a poco más la asesinan en el camino.
Interrogado por su pariente, que aún no se apeaba de su optimismo, le dijo Fago: , convéncete de que esto va mal.
Diógenes no era como Sabadell, que jamás se apeaba de su papel de gran señor, y lo mismo gastaba en boato y en caprichos en tiempo de las vacas gordas que en tiempo de las flacas, con la sola diferencia de pagar en los de aquellas y no pagar en los de estas.
Pocas horas después me apeaba yo a las puertas de la hacienda.
Poco después se apeaba ante la ermita de San Antonio de la Florida, y deseoso de que nadie fuese testigo de lo que ocurriera, dijo al cochero que le aguardase, y se internó andando por las alamedas de la Moncloa.
A la misma puerta del templo parábase de cuando en cuando una berlina blasonada, y lentamente se apeaba de ella una dama, cuanto más poderosa menos engalanada, mostrando en los ojos la soñolencia que deja el trasnochar, y en el rostro marchito las huellas ardorosas de la atmósfera de las fiestas.
Eran las ocho de una mañana luminosa y alegre, cuando se apeaba nuestro héroe en el zaguán de la casa, llamada pomposamente Palacio Episcopal.
Por Pío supo él que el amo se apeaba a menudo en al callejón de San Juan de Dios, y que seguía luego a tomar el carruaje, o en la calle del Empedrado, o enfrente de la casa de don Joaquín Gómez, donde jugaba todas las noches al tresillo.
Al parar el carruaje ante la casa, en el momento en que Alberto se apeaba, un hombre se acercó y le entregó una carta.
Mientras esto pasaba arriba, abajo, cerca de la portalada, se apeaba un personaje, no desconocido para el lector, y entregaba el caballo a Macabeo, que le había visto llegar y tenido el estribo.
Veinte minutos más tarde un coche se detenía a la puerta de la casa, y una mujer vestida de negro o de azul muy oscuro, pero cubierta siempre con un espeso velo, se apeaba, pasaba como un relámpago por delante de la portería y subía sin que se sintiesen en la escalera sus ligeras pisadas.
Cordero no se apeaba de su montpensierismo.
Al otro día, a la puesta del sol, se apeaba el doctor Angulo en el patio de la casa parroquial gritando, como un frenético:.
Así fue, y aunque las noches, en esa estación, sean cortas, don Luis Casalla se apeaba en el palenque de La Barrancosa, antes que los gallos hubieran acabado de modular la primera copla del estridente cántico con el cual suelen despertar al sol.
Mientras tanto, el oficial, tomando la delantera, se presentaba en el rancho, la diestra arrogantemente asentada en el cabo plateado del rebenque, y, después de un «Ave María» medio seco, se apeaba con don Luis y el milico, entre media docena de perros que los miraban de rabo de ojo, erizando el pelo y enseñando colmillos amenazadores, a pesar de los gritos de: «¡Fuera, fuera!» que les dirigían todos los miembros de la familia, mujeres viejas y jóvenes, muchachos y niños, y de los rebencazos que hacía el ademán de sacudirles el respetable patriarcal jefe de toda esa chusma.
Pero para Baldomero, cualquiera servía de blanco, pobres y ricos, no perdía ocasión de pegarle a cada cual el mote que, según él, le podía convenir, y cuando, sentado en medio de los demás peones, exclamaba: «¡Ché! ¡Susto!, ¡mirá quién viene!», y que, sin enojarse, conviniendo así, tácitamente, que su fealdad nativa merecía ser castigada con las bromas de Baldomero, Pedro, dándose vuelta para ver, contestaba con sencillez: «Nariz de porongo», todos sabían que en el palenque se apeaba el viejo Cipriano, dotado por la naturaleza, ayudada por el sol y copiosas libaciones, de voluminoso apéndice nasal.
Pero Natalia, toda empapada en indulgencia para el mozo en cuestión, cuando se apeaba en el palenque sin decir siquiera: «Ave María», no hubiera tenido valor para ordenarle que se mandara mudar.
Se apeaba en los fondos que daban a un sendero que moría en el callejón.
A eso de las diez de la noche, Andrés se apeaba en un bajo y ataba su caballo a unos troncos de duraznillos.
Alguien dio un puñetazo, y en un instante la dama, que se apeaba del coche, se vio en el centro de un pequeño grupo de hombres que reñían acaloradamente y que se acometían de una manera salvaje con puños y palos.
Al día siguiente en que fueron entregados estos informes al procurador del rey, un hombre que se apeaba de un coche de alquiler en la esquina de la calle de Feron, detrás de San Sulpicio, fue a llamar a una puerta pintada de verde, y preguntó por el abate Busoni.
-«¡Eso! ¡eso! -rugió mientras abría la portezuela y se apeaba frente a su casa-.

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