Ejemplos con anhelosa

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Era aquello el primer golpe de orgullo de la recién nacida soberanía, anhelosa de que se le hincaran delante los que se conceptuaban reflejo del mismo Rey.
Si volvía tarde de la noche, cosa frecuente, le esperaba anhelosa a la reja de la ventana cual se espera a un amante, y lejos de reñirle cuando llegaba, le besaba y abrazaba de nuevo, como si hubiese durado largo tiempo su ausencia, o corrido un grave peligro fuera de casa.
encendidos, su rostro parecía que iba a brotar sangre, anhelosa respiración salía de su ancho.
Entre las gasas del corpiño surgía en relámpago de albura el escote irisado de brillantes, y la bella cabeza, rematada por el moño griego, se adelantaba anhelosa.
Quiso vivir un recuerdo, y buscó anhelosa en el fondo de su alma algo que fuera antídoto de su amargura.
Arriba, don Pedro del Morrión, con el oído pegado al piso, el corazón en prensa y la respiración anhelosa, no podía darse cuenta del motivo de tan tremenda algazara.
Quedéme boquiabierto, y Balduque me refirió lo siguiente en voz baja y anhelosa:.
Sus sangrientas fechorías, en forma de revoluciones políticas se sucedían casi sin interrupción, del Sud pobre y rudo, se extendían al Norte fértil, llenándolo todo de crímenes y de sangre, atajando la inmigración, anhelosa ya de traer al país la fuerza de sus brazos, la ayuda de su labor, la luz y la riqueza.
La de García Grande uniose a la partida, anhelosa de dar su dictamen sobre las maravillas de aquella encantadora vivienda.
Su anhelosa respiración demostraba la violencia con que habían luchado.
¡Era sangre, sangre que se filtraba por entre los mal unidos maderos del techo y caía gota a gota en mi cuarto! Hice un esfuerzo gigantesco, me incorporé de la cama, me restregué los ojos, tenía la respiración anhelosa, el pecho oprimido.
Volvió a quedarse todo en aquel profundo silencio que entristece, tanto como el mismo mal, las habitaciones de los enfermos, sin oírse más ruido que el de la anhelosa respiración de doña Beatriz.
Entonces comenzaron a rociarle el rostro con agua que traían del lago en un búcaro, y a administrarle cuantos remedios consentía lo impensado del lance, pero inútilmente, porque no volvía en sí ni cesaba una especie de respiración sonora y anhelosa que parecía hervir en lo más profundo de su pecho.
La muerte de su madre acababa de cerrar el círculo de soledad y desamparo en que empezaba a verse aprisionada, y estremecida su complexión con tantos golpes y trastornos, su respiración comenzaba a ser anhelosa, palpitaba a veces con violencia su corazón y sólo un torrente de lágrimas podía hacer cesar la opresión que sentía en aquellos momentos, otras veces sentía correr un fuego abrasador por sus venas y latir con violencia y por largo tiempo el pulso, exaltándose al propio tiempo su imaginación, o cayendo en una especie de estupor que duraba a menudo muchas horas.
No se había equivocado el Pulío, y minutos después llegaba a todo el desesperado galopar de su cabalgadura, Joseíto, el cual exclamó con voz anhelosa, dirigiéndose al Petaquero:.
-Carta de mi José -decía, incorporándose, pálida y con la respiración anhelosa, Rosalía.
-¿Cómo te encuentras, hijo mío? -le preguntó su madre, anhelosa y acongojada, aprovechando el inesperado momento de lucidez para explorar el estado del enfermo.
Se entraba y se salía a cada instante, y se andaba de puntillas en la estancia a media luz, se aplicaba el oído a la agitada y seca respiración, y la palma de la mano a la ardorosa frente del enfermo, y cada acto de éstos producía una pregunta muda y anhelosa en los ojos contristados de los demás.
Otras veces recibía con las manos la embestida del enemigo, le sujetaba por los brazos, le zarandeaba un poco, y después le despedía seis pasos atrás, y vuelta a componerse el vestido, a colocarse el sombrero, a sacudirse el polvo de las perneras, y a sonreír a las muchachas, entre las que estaba Catalina a tres varas de él, anhelosa, conmovida y siguiendo con la vista, y en la vista el alma, todos sus ademanes y valentías.
En la célebre villa a que aludimos había muchos de esos seres voluminosos y respetables que hallan lugar en todas partes, a pesar del gran espacio que ocupan y de que con sus anchas fauces y respiración fuerte y anhelosa parecen querer sólo para sí todo el aire que encierra el recinto en donde se encuentran.
La cara de doña Narcisa está radiante de elocuencia, su paso es decidido, su respiración visiblemente anhelosa.
-¡Gedeón! ¡Gedeón! -dice en voz no muy alta, pero anhelosa, al oído de éste.
Éste dio dos medias vueltas, conservando una de las manos en el bolsillo y resobándose con la otra la barbilla, y después, deteniéndose de nuevo delante de don Adrián, que no apartaba de él la vista anhelosa, y volviendo a enfundar la mano en el bolsillo correspondiente, dijo al boticario:.
Media hora después, con la faz macilenta y alargada, el ojo triste, las rodillas trémulas y la respiración anhelosa, subía el pobre hombre hacia Peleches.
Todo esto nos lo iba diciendo poco a poco, mientras clavaba en nosotros su vista cristalizada y anhelosa y hundía sus manos cadavéricas en una palangana llena de agua muy caliente, aprovechando el alivio que iban produciéndole éste y otros remedios heroicos que le aplicábamos sin cesar.
Hallé al pobre señor incorporado en la cama, de color de lirio, con la mirada de angustia, la boca entreabierta, la respiración anhelosa y difícil, y un estertor en el pecho que parecía el de la muerte.
Entre tanto, su hijo, de codos sobre el alféizar de la ventana de su cuarto, paseaba la vista errabunda y anhelosa por el inmenso desierto del espacio, donde brillaban las constelaciones como vivos y eternos testimonios de la grandeza y del poder de Dios.
-¿Quién te llama, Macabeo? -preguntó Águeda anhelosa.
Aún esperó algunos instantes, inmóvil y anhelosa, porque cabía en lo posible que Fernando replicara que venía convertido, o siquiera en camino de estarlo, pero el recado no llegó.
Y, ya al pie de la gruta, haciendo apartarse a los pastores con una seña, la madre se arrodilló, y señalando al Niño dormido sobre la paja, murmuró anhelosa, en súplica ardiente:.

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