Ejemplos con anhelo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Y cuán grata debía de ser la muerte, si parecida a la de las hojas, la muerte por desprendimiento, sin violencia, representando el paso a más bellas comarcas, el cumplimiento de algún anhelo inexplicable, oculto, allá, en el fondo de su ser! Cuando tales ideas en tropel se le venían a la mente, un pajarillo descendía de un árbol, y oíase el batir de sus alas en el aire.
Tal era para Miranda el resultado físico: el moral era un anhelo de reposo y bienestar egoísta, esa regularidad del hábito, esa tiranía de la costumbre que se impone en la edad madura, y que mueve a tener como desdicha irreparable el que la comida o el sueño se retrasen media hora más de lo ordinario.
No es la piedad, no es el amor a vuestros semejantes quien os mueve, sino el anhelo de la salvación propia y el miedo del infierno.
Como tal vez las nieves detienen y con la misma detención prestan más brío a la virtud germinal de la primavera, la cual aparece de súbito y da razón de sí cubriendo los árboles de verdura y los campos de flores, así el anhelo de amar y todo el ser apasionado del virgen corazón de nuestra heroína despertaron de repente, reprimidos hasta entonces por la prudencia, y como dormidos hasta los veintiocho años.
El dulce anhelo de ser esposa y madre la conmovía con presentimientos de inefable ternura.
No me da pena confesarlo, y óyelo bien, mira que te lo digo sinceramente, como lo siento, como si mi madre me oyera: si te enamoras de Gabriela, si en el amor de esa niña esta cifrada tu felicidad, si ella es para tí dicha y ventura, no vaciles, olvídame, olvida a la pobre Linilla, y ¡se feliz! Ya te lo dije, te lo he dicho muchas veces, todo el anhelo de mi corazón es verte dichoso.
Dulce nostalgia, anhelo de algo sublime, grato sentimiento de muerte, que alivia, consuela, y eleva las almas hacia la bóveda celeste, ya entenebrecida y salpicada de luceros.
Al mismo tiempo que en su labio apuntaba el bigote, en su cerebro apuntó la tendencia a lo romántico, a lo desconocido, el anhelo de cosas extraordinarias, de aventuras gigantescas, y fue un rabioso lector de novelas.
Con el anhelo de su libertad, iban de una parte a otra sin saber por qué.
Vivía como siempre, comía con la mamá y las hermanas a la misma hora, pero las escuchaba como si fuesen seres extraños encomendados a su observación, sonreía interiormente al apreciar sus preocupaciones, indignábase sin romper su silencio, y apenas terminaba el motivo de esta reunión de familia, escapaba para ir en busca de Tónica y de la pobre ciega, sintiendo el anhelo de purificarse, cual si las palabras de los suyos estuviesen agarradas a su piel como asquerosas manchas.
Muchas noches se acostaba con fiebre porque no le habían dejado satisfacer su anhelo de coger para sí aquellas monerías.
Volvió a sentir el insensato anhelo de entrar en la casa, y dio tres o cuatro pasos hacia ella, pero retrocedió por segunda vez.
Su anhelo era cobrar pronto para pagar sus trampas.
¡Qué tonto estuvo él en permitírselo! Volvió a tomar la dirección Norte, sintiendo en su alma el suplicio indecible que producía la conjunción de dos sentimientos tan opuestos como el anhelo de la verdad y el terror de ella.
Ya se sabe que la Delfina, no pudiendo adoptar al y tomarlo por hijo, y sintiendo más fuerte e imperioso en su alma el anhelo de la maternidad, dio en proteger a la preciosísima y cariñosa hija de Mauricia la Dura.
Esto del horizonte avivó en la mente de la joven aquel naciente anhelo de lo desconocido, del querer fuerte sin saber cómo ni a quién.
Lo más particular era que la misma Fortunata, al correr el cerrojo con tanto cuidado, había sentido, allá en el más apartado escondrijo de su alma, un travieso anhelo de volverlo a descorrer.
Tendía ansiosamente las manos, y Perucho, comprendiendo la orden, acercaba la cabeza cerrando los párpados, entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su sabor del pelo ensortijado, metiendo los dedos de punta por boca, orejas y nariz, todo acompañado del mismo gorjeo, y entreverado con chillidos de alegría cuando, por ejemplo, acertaba con el agujero de la oreja.
Esta noche, cuando te vi despierto tan tarde, no pude resistir el anhelo de hablarte, y bajé.

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