Ejemplos con anciana

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Yo amo más a Belarmino, esto no hay que decir, él es una anciana amistad.
Me parece que veo a la anciana y a la joven muy diligentes y afanosas, oyendo atentamente los sonoros versos.
¡Nada! El ganadero comprendió lo que me pasaba, y desprendido, francote como era, veracruzano al fin, pagó por la anciana y por mí, antes de que dijésemos una palabra.
Cortés y comedido ayuda a la anciana que no sin dificultades llega a tierra, toda envarada y adolorida.
Como si el pensamiento la abandonara para volar hacia las regiones de ultra-tumba, quedóse la anciana silenciosa, fija en el suelo la mirada.
La anciana, como si quisiera establecer entre nosotros una corriente de recíproca simpatía, exclamó después de engullirse una sopa.
La pobre anciana, aunque dulce y cariñosa, en realidad fué siempre áspera y severa, acaso agria.
Esta es la historia de la pobre anciana, a esto se atribuía su cambio de carácter, la melancolía de su rostro sus vestidos de luto, su acritud y su aspereza aparentes.
Pasó la disentería, pero la pobre anciana quedó achacosa.
La anciana no quería estar mano sobre mano, pero tuvo que obedecer las órdenes del médico en vista de los progresos de la enfermedad.
Cualquiera que nos viese juntos a los tres, habría creído que éramos dos hermanos, y que la anciana era nuestra madre.
La anciana se levantaba para ir a sus quehaceres, y al pasar detrás de nosotros se detenía y nos acariciaba, a mí, estrechando mi frente entre sus manos, a ella, dándole una palmadita en cada mejilla.
La joven venía en ayuda de la anciana.
Las rosas ¡ah! ¡las rosas! Lindas y espléndidas salían de manos de la anciana, pero Angelina las embellecía al tocarlas.
La anciana dormitaba, el ganadero doblaba cuidadosamente, por la milésima vez, su valioso zarapo multicolor.
La anciana se volvió a dormir, y entonces siguió la interrumpida conversación, e interrumpida de tal modo que nos dejó turbados, como si fuéramos dos amantes sorprendidos en furtivo coloquio.
¿Me amaría la doncella? Sí, clarito, clarito que me lo decían su aparente desdén, su cauteloso empeño en mirarme cuando yo parecía distraído y muy atento a la conversación de la anciana.
La doncella, habituada a oirla, se apresuraba a decirme lo que yo no había entendido, y apuraba el ingenio para no entristecer a la anciana.
La voz de la anciana se iba poniendo trémula.
La anciana había sufrido uno de esos ataques que caracterizaron el principio de su enfermedad, una convulsión general, mayor en un brazo, y una inquietud que no la dejaba queda cinco minutos.
Acudí a relevar a mi tía, esperando que la anciana segura de mi vigor, se mostrara más decidida y animosa, pero todo fué inútil.
Cuidaba a la anciana dulce y cariñosamente, con afecto de hija.
La enferma estaba ya en el lecho, y la anciana y la joven trabajaban hasta media noche.
¡Rodolfo no irá!prosiguió la anciana.
Charlaba la anciana, y yo, más atento a la joven que a la conversación de mi tía, me gozaba en los rubores de la doncella que, medio envuelta en el rebozo, huía de mis miradas como si hubiera cometido un delito.
La anciana y Angelina me aguardaban allí.
agregó la anciana, dirigiéndose a mí.
El premio de aquellos certámenes florales consistía en un abrazo cariñoso de la infeliz anciana, la cual apenas podía alargar la mano para acariciar al vencedor.
Aniquilado por la impaciencia, me arrinconé en el asiento, delante de la anciana y junto al ganadero, recogí la indomable cortina y me puse a contemplar el paisaje, aquellos campos fértiles y ricos, aquellas montañas cubiertas de abetos, vistos diez años antes, a través de las lágrimas, una fría mañana del mes de Enero a los fulgores purpúreos del sol naciente.
Allí nada me divertía ni me consolaba, pasé el día sin comer, huraña, renuente a las atenciones del padre y a los obsequios de una anciana, ama de gobierno de aquella modesta casa.

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