Ejemplos con amoratados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los originarios, eran de cuerpo grotesco y musculado, cara ruda, labios gruesos, amoratados, cabello lacio, negro, ojos cafés con esclerótica amarillenta, no muy erguidos de temperamento egocentrista , niños sin mayores cuidados y protección de las inclemencias del tiempo.
Al oír el grito de Elena levantó la cabeza y en sus labios sinuosos y amoratados se dibujó una sonrisa feroz.
Hundía los brazos hasta los codos en los enormes bolsillos de sus mugrientos pantalones, y asomaban entre sus gruesos amoratados labios las húmedas y requemadas hebras de una punta de cigarro, que destilaba, por la barbilla abajo, un regato de negruzca saliva, y, en tanto, fijaba el tal, con expresión estúpida, sus ojuelos verdes en los recién llegados.
Sus sienes verdeaban, sus ojeras se teñían de matices amoratados, la bilis se infiltraba bajo la piel, y así como una casa nueva hace parecer más vetustas las que están a su lado, así la lozana juventud de Lucía acentuaba el deterioro del marido.
Los labios amoratados, con profundas grietas, se movían quejumbrosos, murmurando siempre la misma palabra:.
Ya no tenía, como antes, la cabeza rota, ahora mostraba el cuerpo rasgado por dos heridas, que Batiste no podía apreciar en qué lugar estaban, pero dos heridas eran, que abrían sus labios amoratados como inagotables fuentes de sangre.
Era un Cristo muerto: la hendidura lívida del clavo atravesaba su diestra que reposaba sobre el descarnado pecho, las llagas enconadas de las espinas, vertiendo sangre aún, se veían en sus sienes, la boca entreabierta, amoratados los labios, los párpados caídos, aunque no cerrados del todo, dejaban ver sus ojos vidriosos y fijos.
Era una moza de arrogante figura y buenos ojos, de brazos rollizos y amoratados, gorda y colorada en demasía.
En torno, gente que pasaba mirándoles de reojo y barruntando trapicheo, algún chico parado, con los libros sujetos entre las piernas, ocupados dientes y manos en el aceitoso buñuelo, al fondo, los soportales de la Plaza esfumados en la neblina temprana, las mulas del tranvía despidiendo del cuerpo nubes de vaho, la atmósfera húmeda, impregnada del olor al café que un mancebo tostaba ante una tienda, el ambiente sucio, como si en él se condensaran los soeces ternos y tacos de los carreteros, las piedras resbaladizas, y en el centro del jardinillo, descollando sobre un macizo de arbustos amoratados por los hielos, la estatua del pobre Felipe III, con el cetro y los bigotes acaramelados por la escarcha.
Dentro de los cóncavos y amoratados huecos de los ojos, acechaban las pupilas de Mauricia con ferocidad de pájaro cazador.
Sus ojos brillaban, y una sonrisa picaresca retozaba en sus amoratados labios.
En la puerta había aparecido un hombre de mediana estatura, con el pelo en desorden, el rostro blanco como el mármol, los ojos hundidos y amoratados, los brazos caídos, en mangas de camisa y con un capote echado sobre los hombros.
En invierno, en diciembre, con más frío que de costumbre, estaba tiritando la niña medio desnuda, apenas envuelta en harapos, con los pies amoratados y metidos en unos zuecos rotos, y él la había hecho dejar aquellos andrajos para vestirse de luto.
Sus labios se han entreabierto amoratados.
Y algunos al pasar junto al individuo harapiento y sucio, demacrado y abundante de barba, negra y espesa, de dientes escasos, amarillentos y podridos, de labios carnosos y amoratados, delgado de cuerpo, mediana la estatura y lisiado de una pierna, extendían la mano, como compadecidos, para darle unas monedas.
Era una mujer delgada, de labios amo-ratados, de ojos desorbitados y vestida con una larga túnica negra.
Y los sentía con una impresión de asco insuperable, fríos, viscosos, irresistentes, resbalando en lento recoger y desenvolver de sus anillos por sus brazos rígidos, agarrotados, incapaces para desterrar los parásitos, por su pecho hundido, por sus piernas flácidas, y los cuerpos glutinosos le subían por la cara, besaban sus labios amoratados, y deslizábanse en su boca al olor del banquete de podredumbre, o en sus pupilas descubiertas, inmóviles, se detenían monstruosos, resbalando luego por la cristalina superficie del ojo, y comenzaban su obra de destrucción.
Estaba sumamente horrible: su rostro cárdeno, amoratados los labios, la vista lúgubremente extraviada y erizado el cabello, Ataulfo tenía el aspecto de una furia irritada, mostróle una gran sortija que llevaba en un dedo y cuya cápsula acababa de destrozar con sus dientes.
Se le hinchan las piernas y le salen unos manchones muy feos, amoratados, en la cara.
Delante de una puerta donde se leía en colosales letras doradas L’Actuelité, diole un empujón un hombre que salía precipitadamente, y que no era otro sino el cronista Dauff, petulante distraído, con su ancha barba roja y sus eternos quevedos de acero, que le habían abierto dos surcos amoratados, casi dos llagas, a derecha e izquierda de la nariz.
En sus labios, amoratados por el vino, hay una sonrisa de bondad y ternura.
Y quitándose el chal de lana que tenía al cuello, lo echó sobre los hombros delgados y amoratados de la niña, que lo contempló con asombro, y recibió el chal en silencio.
Su frente calva, sus ojos de fuego hundidos, sus sienes surcadas, sus labios delgados, amoratados, le daban semejanza con los San Jerónimos de Ribera.
De sus labios amoratados escapa, hecho jalea, el alentar, sus manos se crispan encima del trapaje, sus piececillos van y vienen como péndulos locos, el sudor cae por sus mejillas y alisa en la sien sus cabellos.
Hundía los brazos hasta los codos en los enormes bolsillos de sus mugrientos pantalones, y asomaban entre sus gruesos amoratados labios, las húmedas y requemadas hebras de una punta de cigarro, que destilaba, por la barbilla abajo, un regato de negruzca saliva, y, en tanto, fijaba el tal, con expresión estúpida, sus ojuelos verdes en los recién llegados.
Enfrente de estos dos personajes, y medio descoyuntada en otra silla, hacía media una mocetona robusta y colorada, entre cuyos dedos callosos y amoratados apenas se veían las gruesas agujas de acero, bregaba con ellas para enfilar el punto que la preocupaba, pero el sueño podía más que su voluntad, y por cada arremetida a la tarea, daba tres cabezadas al aire.
Vertió tres o cuatro gotas del licor entre los labios amoratados del herido.
Barrois tomó el vaso, lo llevó a sus labios amoratados y bebió casi la mitad.
Anita notaba en don Fermín una palidez interesante, grandes cercos amoratados junto a los ojos, y una fatiga en la voz y en el aliento que la ponía en cuidado.
Neluco, despeado y lacio, y los dos empapados en agua de pies a cabeza, yertos, amoratados de frío.

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