Ejemplos con alientos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Con sus últimos alientos Polinesso confiesa sus culpas y Ginevra es perdonada por el Rey.
Soltero, elegante, correcto, discreto y en buena posición económica, hubiera pasado desapercibido, fuera del círculo de sus amistades, de no haber tenido el arrojo de aceptar la alcaldía de Oviedo en un momento en que la ciudad estaba materialmente destrozada y sin otros alientos que los de ir subsistiendo.
Y todo gracias a la magia de unos actores que han dado carne a los alientos de sus personajes, les han dotado de una densidad tangible que a veces me asusta.
Pero García no se había limitado a repartirlas, sino que como un general experto recorría a menudo las líneas, daba instrucciones, infundía alientos y exaltaba la imaginación de aquellos honrados alabarderos, haciéndoles pensar que del choque adecuado de sus manos una contra otra dependía el porvenir de la literatura española.
El capitán entró en este refugio, que olía a carne descompuesta, sangre seca, ropas sucias y alientos agrios.
Mi madre se alarmaba tanto, que me quitaba todos los alientos.
El sol iba ascendiendo a su cenit, y el calor se anunciaba por ráfagas tibias y pesadas, alientos de fuego que encendían la atmósfera.
Y la conversación se enredaba, y Cecilia, sin mirar a su novio le veía, y los ojos de doña Paula, posados alternativamente en uno y en otro, se iban enterneciendo cada vez más, y los alientos se cruzaban.
Aquella noche de insomnio, en vez de enflaquecer su ánimo y despegarle de su empresa, le confirmó en ella, le dió alientos para llevarla a feliz remate.
Esa república será barrida como los despojos de Carnaval que ensucian las calles el Miércoles de Ceniza, esa república tendrá sus altares en los manicomios, donde expirarán todos los que la profesan, y donde se extinguirán sus alientos con rugido de fieras moribundas.
El ambiente puro de esta tierra completó mi regeneración, y el ejemplo de vuestras virtudes me da valor y alientos para dirigiros la palabra.
Diciendo esto se retiró presuroso, dejándome sobrecogido, y a poco tornó a mi presencia con los alientos más desmayados.
Considerábase como un fardo inútil, y ni aun se sentía con alientos para escribir a sus amigos y cumplir el único deber que al África le llevara.
De su flaqueza sacaban alientos, y de su amor a la bandera el coraje preciso para no permitir que el enemigo se la llevara.
Los intrépidos jinetes que volaron en auxilio de los primeros que habían caído en la celada, infundieron a estos los alientos necesarios para que, reunidos todos, se desliaran del inmenso remolino de bárbaros que les envolvió por todas partes.
Ella recibió el golpe encogiéndose, retrocediendo, oscilando, dejándose caer en una silla, sin voz, sin pulso, sin alientos, sin lágrimas, meneando la cabeza y agitando los labios como una idiota, llevándose ambas manos al corazón, donde sentía algo que se le moría de pronto, cierta cosa helada y terrible como debe de ser la muerte.
En la primera de las banquetas de detrás, María Valdivieso, Paco Vélez y Gorito Sardona reían a carcajadas, disputándose el honor de soplar con alientos de buzo en la sonora corneta, avisando a los pacíficos aldeanos y a los mensurados bueyes, a las modestas de camino y a las chillonas carretas cargadas de helechos, que se quitasen de en medio, que se echasen a un lado y se tirasen todos de cabeza por cualquier barranco, porque el , con seis caballos, de la excelentísima señora condesa de Albornoz, necesitaba libre toda la carretera de Guipúzcoa.
No estaban solos, había con ellos una vieja decrépita, cubierta la cabeza con la blanca toca de las caseras vascongadas, esforzándose por cargar en sus hombros, ayudada de los novicios, un pesado haz de leña que había puesto en el suelo para tomar alientos un instante y descansar.
Quedóse este anonadado, púsose Jacobo furioso, y el señor Pulido, sin fuerzas para enarbolar el dedo indicador, sin alientos para murmurar¡lo dije!, enmudeció como Casandra a la vista de Troya destruida y Grecia triunfante.
Currita, desfallecida y sin alientos, se agarraba ya a la verja de la iglesia de San José, pensó volver atrás, pensó seguir corriendo, pensó gritar pidiendo socorro, pensó morirse allí mismo Oyó entonces los pitos de los serenos, sintió abrirse algunas ventanas, vio correr por la acera de enfrente un hombre encapuchado, con el chuzo en ristre y el farol en lo alto.
Parecían impregnados de él los alientos y la ropa de toda la gente.
Porras, especie de Veuillot villaverdino, cobró alientos, apuró su ciencia, y extremó sus sátiras contra los que él llamaba destructores de la unidad religiosa de la blasonada Ciudad.
La confusión de los alientos era símbolo del maridaje de las almas.
De ocho a diez estaba el café completamente lleno, y los alientos, el vapor y el humo hacían un potaje atmosférico que indigestaba los pulmones.
Roto el hielo de la cortedad desde el momento en que la tremenda cuestión salía a , le brotaban del fondo del alma aquellos alientos grandes para su defensa.
A todos les daba alientos y prometía ampararles en la medida de sus alcances, que, si bien no cortos, eran quizás insuficientes para acudir a tanta y tanta necesidad.
¡Admirable plan, que ha dado alientos por mucho tiempo a mi cansada vida! He soñado con ese matrimonio, como sueña el mozalbete con la mujer que adora.
Si nos andamos con sensibilidades peligrosas, que lejos de amansar, dan mayores alientos a los enemigos de la patria, llegará un día en que se ensoberbezcan demasiado y se nos pongan por montera.
Y, diciendo esto, comenzó de nuevo a dar asalto a su caldero, con tan buenos alientos que despertó los de don Quijote, y sin duda le ayudara, si no lo impidiera lo que es fuerza se diga adelante.
Rióse el lacayo, desenvainó su calabaza, desalforjó sus rajas, y, sacando un panecillo, él y Sancho se sentaron sobre la yerba verde, y en buena paz compaña despabilaron y dieron fondo con todo el repuesto de las alforjas, con tan buenos alientos, que lamieron el pliego de las cartas, sólo porque olía a queso.

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