Ejemplos con alba

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La banda toca desde el alba rota ya y desentonada, ante las tabernas, van y vienen coches y caballos calle Nueva arriba, calle Nueva abajo.
En las lentas madrugadas de invierno, cuando los gallos alertos ven las primeras rosas del alba y las saludan galantes, Platero, harto de dormir, rebuzna largamente.
¿Sabrá que pienso en él? ¿Qué me importa? En la ternura del amanecer, su recuerdo me es grato como el alba.
¿Quiénes saludan las primeras rosas del alba?.
En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero.
Yo no presto dinero, señoracontestó apaciblemente el viajero, sin volver la faz ni dejar de mirar el alba, que rompía por los cielos envuelta en leves vapores de rosa y nácar.
Por lo regular, aparecía el alba un tanto envuelta en crespones grises, y las copas de los grandes árboles susurraban al cruzarlas el airecillo retozón.
Veía después aparecer al sacerdote revestido con su alba bordada, con su casulla de brocado, y seguido de los acólitos, vestidos de rojo con sobrepellices blanquísimas.
El cura, revestido con una alba muy bella y una casulla modesta, y acompañado de dos acólitos vestidos de blanco, comenzó la misa.
Los pastores cantaron y tocaron alegrísimas sonatas en sus guitarras, zampoñas y panderos, los muchachos quemaron petardos, y los repiques a vuelo con que en ese día se anuncia el toque del alba, invitando a los fieles a orar en las primeras horas del gran día cristiano, vinieron a mezclarse oportunamente al bullicioso concierto.
La azul claridad del alba, que apenas, lograba deslizarse entre los aleros de los tejados, se esparcía con mayor libertad en la plazuela del Ayuntamiento, sacando de la penumbra la vulgar fachada del palacio del arzobispo y las dos torres encaperuzadas de pizarra negra de la casa municipal, sombría construcción de la época de Carlos V.
En este pequeño espacio de cielo libre, mostraba a la luz del alba los tres arcos ojivales de su fachada principal y la torre de las campanas, de enorme robustez y salientes aristas, rematada por la montera del alcuzón , especie de tiara negra con tres coronas, que se perdía en el crepúsculo invernal nebuloso y plomizo.
La máquina de coser sonaba desde el alba hasta la noche en la casa de los Luna.
Y esta concentración diaria de fuerzas humanas ocurre en la primera luz del alba en todas partes del mundo, allí donde los hombres se han juntado formando pueblos y constituyendo sociedades, o donde viven en el aislamiento entregados a sus fuerzas.
Debía andar por abajo, entre el gentío que llenaba la plaza, pensando sin duda con terror en que había de levantarse antes del alba para decir la misa a las monjas.
Los últimos ruiseñores, cansados de animar con sus trinos aquella noche de otoño, que por lo tibio de su ambiente parecía de primavera, lanzaban el gorjeo final como si les hiriese la luz del alba con sus reflejos de acero.
De los corrales salía un discordante concierto animal: relinchos de caballos, mugidos de vacas, cloquear de gallinas, balidos de corderos, ronquidos de cerdos, un despertar ruidoso de bestias que, al sentir la fresca caricia del alba cargada de acre perfume de vegetación, deseaban correr por los campos.
Era su marcha una enrevesada peregrinación por las calles, deteniéndose ante las puertas cerradas, un aldabonazo aquí, tres y repique más allá, y siempre, a continuación, el grito estridente y agudo, que parecía imposible pudiese surgir de su pobre y raso pecho: Jarro en mano bajaba la criada desgreñada, en chancleta, con los ojos hinchados, a recibir la leche, o la vieja portera, todavía con la mantilla que se había puesto para ir a la misa del alba.
Duró esta faena preparatoria más de una semana, sudando y jadeando la familia desde el alba a la noche.
Aquello no podía quedar así, ¡el niño en la cama y todo desarreglado! Había que acicalar al para su último viaje, vestirle de blanco, puro y resplandeciente como el alba, de la que llevaba el nombre.
Pepeta sacó de un envoltorio las últimas galas del muertecito: un hábito de gasa tejida con hebras de plata, unas sandalias, una guirnalda de flores, todo blanco, de rizada nieve, como la luz del alba, cuya pureza simbolizaba la del pobrecito.
Lo que más la entusiasmaba, deleitaba o conmovía, lo mismo era de hoy que de ayer, lo mismo de un año más tarde que de un año más temprano: la vuelta de la primavera, un cielo lleno de estrellas, la luz de la luna, el alba, el olor y la belleza de las flores, la música, los versos y cosas así que son de siempre.
Cuando él peroraba nadie metía baza, era capaz de discutir con el lucero del alba, y hasta con los moradores de ultra-tumba.
Sentí anhelo infinito de que aquel amor que llenaba mi alma fuese el último de mi vida, deseo firmísimo de vivir sólo para Angelina, sólo para ella, deseo vehemente de ser bueno para merecer el amor de la modesta niña, para gozar, como de cosa propia, de la hermosura de aquel cielo tachonado de luceros, de las mil y mil bellezas que la noche tenía cubiertas con sus velos, y que dentro de breves horas, al clarear el alba, aparecerían en toda su magnificencia, que sólo a condición de ser bueno me sería dable gozar del supremo espectáculo de la naturaleza, de modo que se me revelaran todos sus encantos, y no fueran arcanos para mí la dulce melancolía de una tarde de otoño, ni la risueña alegría de una alborada de Mayo, ni la serenidad abrasadora de un día canicular, ni la terrífica majestad de la tormenta, cuando, desatada en las alturas, incendia con cárdenos fulgores las cumbres de la sierra.
Clareaba el alba en la cima de los montes, y sobre la esplendorosa claridad del sol naciente se dibujaban los perfiles boscosos de los cerros de Villaverde, las grandes moles de la cordillera meridional, y las montañas de Pluviosilla envueltas en los vapores matinales que parecían gasas hechas girones en los picachos.
Y se hablaba de ir a la a las doce de la noche, y a los al romper el alba, y de hacer sorbete con la nieve que tapizaba el patio, y de ver el que habíamos puesto los muchachos en la torre.
Hay que ver la nobleza y arrogancia de su figura cuando me lo encasquetan una armadura fina, o ropillas y balandranes de raso, y me lo ponen el duque de Gandía, al sentir la corazonada de hacerse santo, o el marqués de Bedmar ante el Consejo de Venecia, o Juan de Lanuza en el patíbulo, o el gran Alba poniéndoles las peras a cuarto a los flamencos.
Resultaba no sé qué irónica armonía de la conjunción aquella de los dos nobles, oriundo el uno del gran Alba, y el otro sucesor de D.
Era un entierro, que iba por la calle del Duque de Alba hacia la de Toledo.

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