Ejemplos con ajusticiado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los restos mortales del ajusticiado descansan en la cripta de la iglesia de Wust.
Poco tiempo después de la muerte de Cromwell, Carlos II, el hijo del Rey Carlos el ajusticiado, se reestabece en el trono de Inglaterra Que nunca ocurra de nuevo.
Pocos años bastaron para que los seguidores del nazareno ajusticiado por los romanos en Judea arribaran a Hispania a finales del s.
Además se establecía la incautación de los bienes del ajusticiado.
y establecía la pena de muerte por ahorcamiento además de la incautación de los bienes del ajusticiado.
Averiguó el verdadero nombre del ajusticiado, su origen y la existencia de una familia alemana que aún confiaba en la aparición del desaparecido.
La viuda del ajusticiado volvió con su hijo de nuevo a Francia y la infancia de Dumollard fue miserable, creciendo entre la delincuencia y la mendicidad.
Aún se quiere hacer ver pendiente del árbol centenario, los cuerpos de los fundadores de la ciudad egregia y en cada uno de ellos divisar la efigie del ajusticiado de Tolosa, como si la sangre derramada por los conquistadores en el patíbulo infame reflejara como en un espejo ignominioso la silueta del último que al quedar péndulo hizo secar la frondosa ceiba con el veneno de sus maldades.
¡Y él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!.
¡La madre coja, coja y bisoja, que rompe los pucheros! ¡La madre morueca, que hila en su rueca los cordones de los frailes putañeros, y la cuerda del ajusticiado que nació de un bandullo embrujado! ¡La madre bisoja, bisoja corneja, que se espioja con los dientes de una vieja! ¡La madre tiñosa, tiñosa raposa, que se mea en la hoguera y guarda el cuerno del carnero en la faltriquera, y del cuerno hizo un alfiletero! Madre bruja, que con la aguja que lleva en el cuerno, cose los virgos en el Infierno y los calzones de los maridos cabrones!.
Mientras la humanidad, enardecida por el soplo carnal del Renacimiento, admiraba a Apolo y rendía adoración a las Venus descubiertas por el arado entre los escombros de las catástrofes medioevales, el tipo de suprema belleza para la monarquía española era el ajusticiado de Judea, el Cristo polvoriento y negruzco de las viejas catedrales, con la boca lívida, el tronco contraído y esquelético, los pies huesosos y derramando sangre, mucha sangre, el líquido amado por las religiones cuando apunta la duda, cuando la fe flaquea y, para imponer el dogma, se echa mano a la espada.
El verdugo, así que ataba dos sogas al pescuezo del reo, le lanzaba desde lo alto de la escalera, se le montaba a horcajadas en los hombros, y con los calcañales le golpeaba el estómago para apresurar su fin, deslizándose por los pies del ajusticiado, cuyo cadáver, dentro de un traje talar, quedaba meciéndose al aire libre por ocho horas, a dos varas del suelo.

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