Ejemplos con airosas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Es un pequeño y abigarrado núcleo de gran sabor, en el que se pueden apreciar todas aquellas características, hasta los más pequeños detalles, de la arquitectura tradicional de la zona, sobresaliendo robustos pasadizos, airosas chimeneas troncocónicas, alguna balconada y demás componentes de las casas.
¡Oh, gallardas arboladuras! ¡Velas blancas, muy blancas! ¡Fragatas airosas, con su proa levantada y su mascarón en el tajamar! ¡Redondas urcas, veleros bergantines! ¡Qué pena me da el pensar que vais a desaparecer, que ya no os volveré a ver más!.
¡Oh, gallardas arboladuras, velas blancas, fragatas airosas con su proa levantada y su mascarón en el tajamar! ¡Redondas urcas, veleros bergantines! ¡Qué pena me da el pensar que vais a desaparecer! ¡Amable sirena, que te levantabas sobre las olas azules para mirarnos con tus ojos verdes, ya no te verán más!.
De aquellas airosas arboladuras que tanto nos entusiasmaban, no quedan mas que esos palos cortos para sostener los vástagos de las poleas, de aquellas maniobras complicadas, nada se conserva.
Y de aquí, con gradaciones airosas, iba a parar a este dilema: O yo me afiliaba públicamente en el , o se me ofrecería celda gratuita en Leganés, ya que no se habían creado aún los que reclama el considerable aumento de la necedad.
No quise yo ser menos que las escondidas moras, y a sus risas correspondí con lo que me pareció más propio: exclamaciones de sorpresa, posturas airosas, miradas interrogativas que partirían los corazones más duros.
Ya se le irían quitando la cortedad y encogidas maneras que Lea, mal acostumbrada al despejo de otros galanes, encontraba poco airosas y desconformes totalmente con su.
La bajada era peligrosa por lo inclinado de la pendiente y lo rápido de las vueltas, y los seis caballos del tiro hincaban con fuerza los cascos delanteros, inclinaban hasta los pechos las airosas cabezas, henchían con ahínco los poderosos ijares y aparecía el sudor bajo los brillantes arneses en forma de espuma blanca.
Por las anchas aceras de la calle de Alcalá desembocaba también en Recoletos muchedumbre compacta de gente de a pie, destacándose de trecho en trecho grupos de mantillas más o menos bien llevadas, peinetas de teja puestas en cabezas más o menos airosas.
Pasaban los grupos de airosas hilanderas con un paso igual, moviendo garbosamente el brazo derecho, que cortaba el aire como un remo, y chillando todas a coro cada vez que algún mocetón las saludaba desde los campos vecinos con palabras amorosas.
El peligro había pasado, pero era necesario sacar todo el partido posible de aquella victoria: hacíase indispensable meter mucho ruido, gran ruido, propagar el escándalo por todas partes para despertar la indignación y excitar los ánimos en contra del Gobierno y de la dinastía intrusa Para ello, todas las señoras acudirían aquella tarde a la Castellana con las airosas mantillas españolas y las clásicas peinetas de teja, que eran ya señal convenida de valiente protesta, y a la noche siguiente, él, Butrón mismo, daría un gran baile en honra de Currita de puro carácter político, al cual podían ya darse por convidados todos los presentes Las señoras lucirían todas, en la cabeza, la flor de lis, emblema de sus esperanzas, los caballeros, un lazo blanco y azul en el ojal del frac, colores propios y significativos de los desterrados Borbones.
Mientras tanto, la berlina corría desempedrando las calles y doblando las esquinas, con esas airosas vueltas que imprime a un fogoso tronco la hábil mano de un cochero experto.
Las dos torrecillas del colegio se levantaban agudas y airosas como flechas disparadas contra el cielo azul, sereno y radiante, que suele cobijar a Madrid en los primeros días de junio.
Esta quedó desde aquella tarde en la casa, y su situación era de las menos airosas, porque su marido apenas le hablaba.
Las curvas airosas de la boca eran más rasgueadas, y la decomisura de los labios, que parecía obra de un agudo punzón, dábale cierto aspecto de grandeza caída o de humillación sublimemente resignada.
Si podemos prescindir del esclavo y de sus padecimientos, que son, sin embargo, más llevaderos en los cafetales, se convendrá en que Isabel, su hermana Rosa, su tía doña Juana, su padre y criados, llevaban una vida de paz y quietud, lejos del bullicio de la ciudad, rodeados de olorosas flores, de los cafetos y naranjos siempre verdes, de las airosas palmas, del clásico plátano, embebecidos con el canto perenne de las aves y el susurro melancólico de la brisa en los campos de Cuba.
La segunda, tercera, cuarta y quinta parejas salieron airosas de la prueba, ejecutando la figura con los mismos enlaces, desenlaces y actitudes del maestro, pero no obstante el espacio que tuvo para estudiarla y aprenderla el compañero de la apellidada , pues ocupaba en las filas el sexto lugar, a medida que se acercaba su turno, crecía su ansiedad y volvía el rostro hacia los músicos, en ademán suplicatorio, como esperando que adivinaran su aprieto y parasen la música.
Pero si en el fondo no era nueva la escena para mí, éranlo, hasta embelesarme, aquellos pintorescos matices de lengua, aquella dialéctica a la buena de Dios, sin andamiajes retóricos ni artificios convencionales, aquellas malicias sanotas que brotaban del regocijado palabreo, espontáneas, frescas, airosas y transcendiendo a «la tierra» como las rosas del huerto entre la virginal y espléndida hojarasca del cercado que las protege.
Al ver lavar á las chicas, ó llenar los cántaros y subir con ellos tan gallardas, airosas y ligeras, por aquella cuesta arriba, me trasladaba yo en espíritu á los tiempos patriarcales, y ya me creía testigo de alguna escena bíblica como la de Rebeca y Eliacer, ya, comparándome con el prudente Rey de Ítaca, me juzgaba en presencia de la Princesa Nausicáa y de sus amables compañeras.
En medio de ella, como magnífico retrato de Claudio Coello, encerrado en su marco, apareció un galán muy bizarro y apuesto, con traje e insignias de capitán, larga espada al cinto, airosas plumas en el sombrero que llevaba en la diestra, rica cadena de oro y veneras que en su pecho brillaban y espuelas, de oro también, asidas a sus amplias botas de camino.
Los nombres de las señoras más lindas y elegantes se me borran de la memoria no bien tomo la pluma, y sólo sé decir que me gustan, lo cual es muy sujetivo, sin atinar á describir los trajes que llevan, los diamantes que fulguran en sus cabezas airosas, las perlas que ciñen lascivas sus desnudas gargantas, y todo aquello, en suma, que las determina y diferencia.
Al hombre, más débil y más inerme que el cordero, el espíritu, convertido en herrero y en pirotécnico, le ha dado armas y fuerzas mil veces mayores que las del león, al hombre, más desnudo que el perro chino, el espíritu convertido en tejedor, en sastre, en zapatero y en sombrerero, le ha vestido más primorosos trajes que al pavón, al colibrí y al papagayo, al hombre, poco más listo que el topo ó el mochuelo en punto á ver, el espíritu, convertido en fabricante de catalejos, le ha dotado de vista más penetrante que la del águila, al hombre, que jamás hubiera hecho natural é instintivamente algo que valiese media colmena, el espíritu, convertido en arquitecto, le ha enseñado á construir alcázares soberbios, torres esbeltas, pirámides ingentes, columnas airosas, cómodas viviendas, catedrales, teatros, y en suma, ciudades maravillosas, al hombre, que en el estado de naturaleza selvática es propenso á comerse á sus semejantes, y que se regalaba, y aun suele regalarse en algunas regiones, con ásperas bellotas, con cigarrones machacados ó con pescado crudo y putrefacto, el espíritu, convertido en cocinero, le prepara artísticamente manjares agradables, hasta á la vista, y hace que uno de los actos que más le recuerdan lo que tiene de común con el animal sea un acto solemne, de corbata blanca y condecoraciones, donde tal vez se celebran los triunfos más transcendentales de la religión, de la ciencia, de la filosofía y de la política, al hombre, en fin, que después del pecado, se entiende, y en el estado de naturaleza y ya sin gracia, debió de ser casi tan feo como el mono, y más sucio que el cerdo, y más pestífero que el zorrillo, el espíritu, convertido en ortopédico, en pescador de esponjas, en fabricante de baños, en civilización para decirlo en una palabra, le ha hecho limpio, oloroso, aseado y bastante bonito para servir de modelo á la Minerva y al Júpiter de Fidias, al Apolo del Vaticano y á las Venus de Milo y de Médicis.
Se parece a aquel refinado artista, no recuerdo si de Atenas o de Síbaris, que sacó en molde el firme y floreciente pecho de su joven enamorada, y, reproduciendo en oro sus airosas y suaves curvas, labró espléndida taza, digna de que en ella Higia escanciase a los hombres beatífico nepenthes, y Hebe el néctar a los inmortales.
Los surtidores de abajo eran una orquesta que acompañaba al bullicioso banquete, Pepa y Rosa vestidas de colorines, pero con trajes de buen corte ceñido, airosas, limpias como armiños, sinuosas al andar de faldas sonoras, risueñas, rubia la una, morena como mulata la que tenía nombre de flor, servían con gracia, rapidez, buen humor y acierto, enseñando a los hombres dientes de perlas, inclinándose con las fuentes con coquetona humildad, de modo que, según Ripamilán, aquella buena comida presentada así era miel sobre hojuelas.
Las campesinas llevaban, pues, echada sobre la cabeza, a guisa de manto, la falda del zagalejo, y como quiera que los tales zagalejos estén todos forrados de bayeta verde, amarilla o encarnada, y debajo de ellos aparezca otra saya de la misma tela, y por lo general del mismo color, aquellas mujeronazas, airosas y gallardas de suyo, resultaban sumamente bellas y elegantes.
abrasadas, airosas, húmedas y serenas, según los doce meses.
más que en Babilonia, y muy airosas, las ventanas verdes, color alegre, por lo que promete.
Athos, con quien hice conocimiento en esa época, y Porthos, que me había enseñado, además de algunas lecciones de esgrima, algunas estocadas airosas, me decidieron a pedir una casaca de mosquetero.
Miraban a María Luisa y a Rafaela con arrobamiento, asombradas del lindo talle de la segunda, del aire garboso de la primera, a pesar de su embarazo de cinco meses, admiraban su ropa, su aire de soltura y elegancia, los andares, el habla fácil y descarada con airosas cadencias, la gracia del reír, y la movilidad de expresión en sus bellas facciones.
No quise yo ser menos que las escondidas moras, y a sus risas correspondí con lo que me pareció más propio: exclamaciones de sorpresa, posturas airosas, miradas interrogativas que partirían los corazones más duros.

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