Ejemplos con adorado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Dans les voussures du portail central se distinguen de abajo arriba: Cristo adorado por los ángeles, las vírgenes prudentes y las vírgenes folles, la Asunción, los trabajos de los meses y los signos del zodiaco.
habiendo llevado para Goa el diente de Buda , adorado por los orientales, recusó el rescate que los creyentes le oferecian y luego devolvió el diente.
En su interior destacan los restos de pintura mural conservados donde aparece representado un Pantocrátor de gran formato, adorado por dos personajes que le besan los pies y rodeado de diversas escenas sanjuanistas.
El cuerpo adorado se había perdido para siempre en los pudrideros anónimos, cuya vista le había hecho recordar poco antes a su sobrino Otto.
Mi marino adorado, mi tiburón amoroso, va a llegar ¡va a llegar! Y lo que llegó de pronto, cuando aún lo creíamos lejos, fué el golpe de la guerra, separándonos rudamente.
¡Paje adorado! ¡Y no verte más! ¡Perderte dentro de poco!.
¡Quién no recordaría en Sarrió alguno de aquellos viajes a la ermita en una mañana límpida y suave, con las piernas ligeras y el corazón mecido dulcemente en la esperanza de ver pronto al dueño adorado y pasar el día cerca de él! El rumor de aquellas niñas era un soplo de alegría que desde la calle subía a las casas, entraba por los balcones invitando a soltar por algunas horas el fardo pesado de los quehaceres, de la ambición, de la envidia, de todas las ruines pasiones que consumen la mísera existencia humana.
Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuando esplende en todo su fuego el mediodía, que como toda naturaleza subyugadora necesitaba ser subyugada, que de un modo confuso e impaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerza verdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballos desalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad y de los troncos abatidos, Lucía, que, niña aun, cuando parecía que la sobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debía fatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores del jardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente los pececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de su último sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojos brillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas, que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejaba salir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y de flores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente, entre almas buenas que le escuchaban con amor, Lucía, en quien un deseo se clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener que renunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando el anzuelo se le retira queda la carne del pez, Lucía que, con su encarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y los florales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en que lo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazos caídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente, de aquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde miraba le resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad y su mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embuten los hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado, Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unas como arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles, unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, le tendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podía hablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos, Lucía, en quien las flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas de metales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho, Lucía, que padecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojos de Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de su santo, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a sus pensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que Juan Jerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo y blando, en su otra mano.
Vinieron luego las pequeñas infidelidades y los pequeños desencantos, sufridos sin reproche, perdonados sin restricción, que no lograron derribar el ídolo de aquella alma enamorada, manso río sin borrascas, arpa eolia en que hasta los mugidos del huracán se transformaban en suspiros Después vinieron las grandes ofensas, y a poco los terribles descubrimientos de vicios enormes, que brotaban como setas monstruosas bajo el aspecto de seductor de aquel esposo adorado, de inclinaciones depravadas, pasiones indómitas, costumbres disolutas e innumerables defectos, que nacían y vivían en su alma como en la carne podrida los gusanos asquerosos.
El marqués y la marquesa de Butrón salieron a su encuentro, y mientras Fernandito les presentaba al adorado amigo, decía Currita con su encantadora vocecita de niña tímida:.
—¿Quién os dice, señores, que no estoy subvencionado por algún rico mercader de la calle de Postas para escribir en favor de la ropa blanca? Ni ¿quién sabe si, como aquellos condenados a muerte que carecen de papel, trazo estas líneas, con sangre de mis venas, sobre los hilos de un pañuelo adorado?.
Temía que Dios la castigase por su orgullo, temía que el adorado hijo enfermara de la noche a la mañana y se muriera como tantos otros de menos mérito físico y moral.

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