Ejemplos con adoración

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Es usted un santo, un santo de veras, el único santo que he conocido , me decía de cuando en vez, mirándome con adoración, las manos en actitud de rezo.
Cuando abrazaba y besaba a su hija, o la miraba en adoración, o pensaba en ella, sentíase más madre que padre.
Le dolía verle inmóvil, a corta distancia de ella, tosiendo dolorosamente, contemplándola como si hubiese hecho de ella un objeto de adoración.
Mientras la humanidad, enardecida por el soplo carnal del Renacimiento, admiraba a Apolo y rendía adoración a las Venus descubiertas por el arado entre los escombros de las catástrofes medioevales, el tipo de suprema belleza para la monarquía española era el ajusticiado de Judea, el Cristo polvoriento y negruzco de las viejas catedrales, con la boca lívida, el tronco contraído y esquelético, los pies huesosos y derramando sangre, mucha sangre, el líquido amado por las religiones cuando apunta la duda, cuando la fe flaquea y, para imponer el dogma, se echa mano a la espada.
A pesar de su fanática adoración, el muchacho experimentó cierto sobresalto al enterarse de que se le pedía una firma por valor de tres mil pesetas.
Los dos eran seres débiles, pacientes, sin voluntad: acostumbrada ella a la obediencia de la servidumbre, supeditado él por la adoración a su madre.
La quería bien: estaba en el período de la adoración extática.
Ya se atrevía algunas noches a hacerles tertulia hasta las diez, y como la presencia de Micaela daba a la conversación un tinte de seriedad, Juanito hablaba del comercio, de los triunfos de la Bolsa, de la buena fortuna de su principal, y sobre todo, de don Ramón Morte, su grande hombre, al que cada vez tributaba una adoración más vehemente.
¿Qué cambio tan rápido era aquél, desde la adoración idolátrica a una repulsión instintiva? ¿Sabría algo su hijo? Y la cruel sospecha de que Juanito pudiera conocer el secreto de aquel lujo que la familia había ostentado en medio de la ruina martirizaba a doña Manuela.
El doctor, viéndole siempre callado, contemplando a su madre con estúpida adoración, había declarado que el niño era tan bruto como su padre, y cuando más, podría servir para el comercio.
¡Qué adoración tan constante la del pobre muchacho! Dos años estuvo lanzando tiernas miradas a la joven cada vez que por asuntos del comercio iba a casa del.
Hacia ella fue corriendo Adoración.
Eran un comentario que con los ojos ponía a la tontería o pueril gracia que Adoración acababa de decirle.
Adoración quería decir algo, pero Jacinta le tapaba la boca, y mirando a la de Rubín se sonreía con esa ingenuidad que indica ganas de trabar conversación.
Observó la de Rubín el trajecito azul de Adoración, sus botas, todo su decente atavío, y en aquella inspección fisgona que hizo, sus miradas y las de Jacinta se encontraron alguna vez.
Faltaba algo antes de que Adoración se despidiera.
¿Y esa mujer? preguntó luego Jacinta a Severiana, refiriéndose a la madre de Adoración.
Adoración se frotó bien la cara y el cuerpo contra la cintura y falda de su protectora.
Era Severiana, que dos veces por semana llevaba a Adoración a que la viese su protectora.
Enterose luego de que los jueves y domingos había adoración del Sacramento, con larguísimas y entretenidas devociones, acompañadas de música.
No me olvidaré de ti, Adoración le dijo la señorita, que con esta frase parecía anunciar que no volvería pronto.
Pero ningún habitante de aquellas regiones de miseria era tan feliz como Adoración, ni excitaba tanto la envidia entre las amigas, pues la rica alhaja que ceñía su dedo y que mostraba con el puño cerrado, era fina y de ley y había costado unos grandes dinerales.
Llevaban plata menuda para repartir a los pobres, y algunas chucherías, entre ellas la sortija que la señorita había prometido a Adoración.
Ver partir a Jacinta era quedarse Adoración sin alma, y Severiana tenía que ponerse seria para hacerla entrar en razón.
Adoración se pegaba a doña Jacinta desde que la veía entrar.
En estos dos patios los dan por nada, a escoger por nada, sí, alma de Dios, y con agradecimiento encima ¿Qué te creías, que no hay más que tu piojín? Ahí está esa niña preciosísima que llaman Adoración Pues nos la llevaremos cuando queramos, porque la voluntad de Severiana es la mía Con que abur ¿Qué tienes que contestar?.
Adoración iba detrás, cogida a la falda de Jacinta, como los pajes que llevan la cola de los reyes, y delante abriendo calle, como un batidor, la zancuda, que aquel día parecía tener las canillas más desarrolladas y las greñas más sueltas.
Adoración púsose como la grana, avergonzada de las perrerías que se contaban de ella.
Hablose luego de Adoración, que se había cosido a las faldas de Jacinta, y Severiana empezó a referir:.
En esto llegó la tía y madre adoptiva de Adoración.

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