Ejemplos con acicalado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

A las dos de la tarde estaba ya en la Cuesta de la Vega, muy acicalado y vestido con las finísimas ropas que por aquellos días me había hecho y a poco se me apareció Presentacioncita.
En efecto, muy acicalado estaba y arrimadito a la pared, en interesante conversación por señas y medias palabras, con la sombra de una mujer que se entreveía a través de las persianas del balcón en el principal de la casa.
-¡Y dale con el tema! ¿Quieres, con mil demonios, saber lo que te sucederá, por ejemplo, en los primeros días? -dijo echando chispas el acicalado que, según parece, llevaba la voz cantante en aquel estrafalario desconcierto.
Aspirando con ansia bocanadas de aire, cual si con ellas quisiera aventar sus pesadumbres, y caminando a largos pasos, encuéntrase en una de estas ocasiones con su camarada, aquel acicalado solterón de quien tanto hemos hablado, y a quien no ha visto mucho tiempo hace, y como si Gedeón llevara letreros en la cara, que revelasen las desazones de su espíritu.
Ejecutólo y desenvainó un acicalado estoque, que es la justicia el alma del reinar.
No concebía de otro modo la existencia, y como, en su concepto, el matrimonio era el desorden, el despilfarro, el desaseo y una caverna de aires impuros, detestaba el matrimonio con un rencor inconcebible en su aspecto acicalado y hasta risueño.
Allí se encuentran, al acicalado bonaerense, el rudo morador de la pampa, el cordobés de tez cobriza y dorados cabellos, y el huraño habitante de los yermos de Santiago, que se alimenta de algarrobas y miel silvestre, y el poético tucumano, que suspende su lecho a las ramas del limonero, y los pueblos que moran sobre las faldas andinas, y los que beben las azules aguas del Salado, y los tostados hijos del Bracho, que cabalgan sobre las alas veloces del avestruz, y el gancho fronterizo, que arranca su elegante coturno al jarrete de los potros.
Gozosa también Isidora de verle sin las siniestras genialidades de la pasada noche, hízole mil caricias, le vistió, le arregló, púsole una elegante corbata, que ha días tenía para él, le peinó, sacándole raya, y cuando estuvo, a su parecer, bastante acicalado y compuesto, llevole delante del espejo para que se viera, y le dijo: «Ahora sí que estás hecho una persona decente».
El viajero se esperezó, miró sonriendo al acicalado oficialito, y levantándose dijo:.

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