Definición de dispusiéramos

Acepciones de Dispusiéramos como conjugación de disponer

Categoría gramatical: verbo transitivo, verbo pronominal, verbo intransitivo, 1ª persona plural del pretérito imperfecto de subjuntivo de disponer
Categorías gramaticales y tiempos verbales de dispusiéramos explicados

  1. Colocar, poner en orden y situación conveniente.
  2. Mandar.
  3. Deliberar, determinar.
  4. Preparar, prevenir.
  5. Ubicar algo en una posición.
  6. Colocar o distribuir de manera ordenada y conveniente. usar de los derechos inherentes a la propiedad o posesión de los bienes, esp testar acerca de ellos. ordenar las cosas de una forma específica
  7. Preparar una cosa para un fin. prepararse para hacer alguna cosa, tener la intención de hacerla.

Ejemplos con la palabra Dispusiéramos

Pasó bien la noche, pero serían las dos de la madrugada, cuando con estrépito llamaron a la puerta del pabellón, diciéndonos que nos dispusiéramos a seguir el viaje a Francia.
Díjonos aquel simpático pedazo de la humanidad que nos dispusiéramos a salir todos, y como le indicáramos que el enfermo a causa de la horrorosa fiebre no podía moverse, repuso que vendría quien le hiciese mover.
No recuerdo bien el origen de la amistad, ya vieja, de este señor con mi padre, cuyas influencias poderosas aprovecha constantemente para activar o enderezar en Madrid la lenta o torcida marcha de los graves asuntos de interés, casi siempre mercantil, municipal o provincial, en los cuales ha de intervenir la pesada mano del Gobierno de la nación. El señor de los Brezales es hombre cortés y agradecido, y nunca ha dejado de corresponder rumbosa y delicadamente a los favores de mi padre. Con todas estas cosas, mi familia y la suya se han tratado mucho en las distintas ocasiones en que hemos veraneado en aquella ciudad, cuya playa no tiene semejante en Espana por su hermosura. Yo conozco y estimo de veras a estas apreciabilísimas personas, particularmente a Irene y a Petrita, a quienes he tratado con más frecuencia. Pero ahora resulta, según mi padre, que Irene, que es la mía, la mujer que se me destina para redimirme, en lo mortal, de la miseria, y en lo eterno, de la perdición, «me ha calado las intenciones, y las acepta por buenas y honradas,» y el demonio me lleve si, cuando he hablado con ella, he tenido otra que la de pasar el rato agradablemente en tan buena compañía. Claro está que no me he cansado en desmentir el aserto de mi padre, y que me he dejado correr muy a mi gusto al empuje de esta casualidad, que cabe en lo posible de los caprichos humanos, pero se me aguzó grandemente el deseo de conocer los pormenores de este inesperado descubrimiento y de aquel plan arreglado por mi padre, y he aquí cómo habían pasado las cosas. Vino a Madrid mi futuro suegro y se hospedó en nuestra casa, tras de muchos ruegos de mi padre y no pocos míos. Como sus quehaceres no eran muchos, los dos amigos pasaban juntos largas horas del día y de la noche, y pasando así las horas, mi padre halló sobradas ocasiones de apuntar, con la destreza en que es maestro, la especie que, por lo visto, le bullía en sus adentros mucho tiempo hace, y cátate, amigo recalcitrante, que no bien asomó la punta de la idea, el otro, que, por las trazas, rumiaba también de muy atrás los mismos pensamientos, se puso a tirar de ella, y tira que tira, no cejó en su empeño, hasta verla entera y verdadera en la misma palma de su mano. Según refiere mi padre, el buen señor no podía ni quería disimular el regocijo que la ocurrencia le causaba. Mis prendas personales, el apellido que llevo, mi título nobiliario... ¡oh, qué fortuna para su hija primogénita, tan superior a cuantos hombres pudieran inútilmente ambicionarla en los mezquinos ámbitos de su pobre ciudad! Él era rico, muy rico, y una vez realizado el enlace, ni por su parte ni por la de su familia se reñiría por el tanto o por el cuanto, o por si aquí o por si allá: se haría lo que nosotros dispusiéramos, porque lo que ellos querían, era la felicidad de Irene, y esta felicidad la hallaría al lado de su marido, donde quiera que alcanzaran los rayos esplendorosos de la gloria de su nombre. Aún creo que dijo el satisfecho señor mucho más que esto que yo te transcribo casi en los propios términos en que me lo refirió mi padre, sin darte cuenta de ello, porque no vale la pena de recordarse, y para muestra quizás sobra con lo apuntado. Pero faltaba conocer las intenciones de Irene, que eran el eje de toda aquella máquina tan fácilmente construida. «... No hay que apurarse por eso,» contestó el señor de los Brezales a este reparo que mi padre le presentó: «tengo ciertos testimonios de que Irene conoce las intenciones de su señor hijo de usted, y aun de que no la desagradan. A mayor abundamiento, en cuanto vuelva yo a mi casa, que será pronto, pondré la cuestión sobre el tapete, sondearé las voluntades y escribiré a usted el resultado sin perder correo.» Y dicho y hecho: al otro día, dejando encomendados a su amigo sus negocios, tomó el tren del Norte, y media semana después escribía a mi padre estas pocas palabras que te copio, porque poseo la carta, en una letra deshilvanada y garrapatosa, señal del apresuramiento con que escribía y de las hondas emociones que le dominaban en aquellos instantes: «Tratado el grave asunto consabido en consejo de familia, todos conformes, todos gozosos y todo llano por nuestra parte. Anticipen cuanto puedan el viaje que tenían proyectado a esta ciudad, para que Antonino acabe de entenderse con la interesada y se dé con ello el fin y remate que merece un negocio tan felizmente planteado. Los abraza, y los saluda, y los adora en nombre propio y en el de toda esta familia, su desde hoy más que amigo y admirador, ''Roque de los Brezales''.»
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Errores ortográficos comunes para dispusiéramos

Palabras más comunes que riman con dispusiéramos


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Palabras que riman con dispusiéramos


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