Definición de alígera

Acepciones de Alígera como femenino de alígero

Categoría gramatical: adjetivo femenino
Categorías gramaticales de alígera explicadas

  1. Que tiene alas. y rápido, veloz, muy ligero.

Ejemplos con la palabra Alígera

Intempestivamente es-cuchó una voz tenue y alígera.
El capitán Pétrimed, desde que había sido nom-brado Rector General de la nave, había sabido dirigir con precisión los controles de la cabina principal, sin decir por esto que nunca había te-nido problemas, al contrario, de ahí su prestigio, habían existido algunos bastantes graves, como cuando por permitir que las manos inexpertas de una alígera computadora realizaran manejos ineficaces en los motores principales y casi des-truyera, al romper con ciertas bisagras, la ma-quinaria de disciplina con la que los jóvenes cosmonautas nacidos en el espacio se educa-ban y consintiera, sin amonestación alguna, que lo invadieran todo, con el propósito, decían los mal pensados, de ganarse un monumento tan grande como el de los científicos, a su aparente bondad, al querer comprar de tal modo, el aprecio de los volátiles muchachos, o, reflexionaban los bienpensados: “Es que trata de hacérsenos la simpática.
–Cuando me acuerdo –agrega– no sé cómo pudo Palomino resistir tanto. Porque aquello era un tormento indescriptible. No sé por qué conducto fue noticiado de que se le tramaba un envenenamiento dentro de la prisión, desde mucho tiempo antes de ser alojado en ella. La familia del hombre que él mató, le perseguía de esta manera hasta más allá de su desgracia. No se contentaba con verle condenado a quince años de penitenciaría y arrastrar a su familia a una ruina clamorosa: llevaba su sed de venganza aun más abajo. Y ahora se embreñaba en recova por tras de los quicios de los sótanos y entre espora y espora de los líquenes que crecen entre los dedos carceleros, tanteando el resorte más secreto de la prisión, ahora se movía aquí, con más libertad que antes a la luz del sol para la injusta sentencia, e hincaba las pestañas de infame emboscada en la atmósfera que había de venir a respirar el condenado. Noticiado éste de ello, sufrió, como usted comprenderá, terrible sorpresa, lo supo, y nada pudo desde entonces ya desvanecérselo. Un hombre de bien, como él, temía una muerte así, no por él, claro, sino por ella y por ellos, la inocente prole atravesada de estigma y orfandad. De allí la zozobra de minuto en minuto y el sobresalto a cada trance de su vida cotidiana. Diez años había pasado así, cuando le ví por primera vez. Despertaba en el ánimo ese atormentado, no ya lástima y compasión, sino un religioso y casi beatífico transporte inexplicable. No daba piedad. Llenaba el corazón de algo quizás más suave y tranquilo y dulce casi. Mirándole, yo no sentía impulsos de deschapar sus hierros, ni de encorecer sus llagas que crecían verdinegras en el fondo de todos sus fondos. Yo no habría hecho nada de esto. Mirando tamaño suplicio, tan sobrehumana actitud de pavor, siempre quise dejarle así, marchar paso a paso, a sobresaltos, a pausas, filo a filo, hacia la encrucijada fatal, hacia la jurada muerte, tanto tiempo ha revelada. No movía Palomino por entonces a socorro. Sólo llenaba el corazón de algo quizás más vago e ideal, más sereno y casi dulce, y era grato, de un agrado misericordioso, dejarle subir su cuesta, dejarle cruzar los pasillos y galerías en penumbra, y entrar y salir por las celdas frías, en su horrendo juego de inestables trapecios, de vuelos de agonía, al acaso, sin punto fijo donde ir a parar. Con su barba roja a vellones y sus verdes ojos de alga polar, el uniforme estropeado, asustadizo, azorado, parecía atisbarlo todo siempre. Un obstinado gesto de desconfianza resbalaba por sus labios de justo pavorido, por sus cabellos bermejos, por sus sainados pantalones y aun por sus dedos desvalidos, que buscaban en toda la extensión de su capilla de condenado, sin poderlo hallar nunca, un lugar seguro en qué apoyarse. ¡Cuántas veces le ví quizás al borde de la muerte! Un día fue aquí, en la imprenta, durante el trabajo. Callado, meditabundo, taciturno, Palomino hallábase limpiando unas fajas de jebe negro, en un ángulo del taller, y, de cuando en cuando, echaba una mirada recelosa en torno suyo, haciendo girar furtivamente los globos de sus ojos, con el aire visionario de los de un ave nocturna que entreviese fatídicos fantasmas. De repente tuvo un brusco movimiento. Uno de los compañeros de labor, en quien yo había sorprendido repetidas ocasiones marcados gestos y extrañas palabras de sutil aversión, tal vez inmotivada, hacia Palomino, mirábale de hito en hito, desde el lado opuesto de la estancia. Tal conducta, cuya intención no podía, desde luego, serle grata a mi amigo, por los antecedentes que dejo ya anotados, le hizo experimentar un brusco movimiento de desasosiego y agudo escozor destempló todos sus nervios. El gratuito odiador, a su vez, advirtióse sorprendido, y, perdida la serenidad, con torpeza y turbación asaz significativas, vertió de un pequeño frasco de vidrio, algunas gotas, el color y la densidad de éstas fueron envueltas y veladas casi completamente por una alígera voluta de humo que en tal instante venía del lado de los motores. No sé decir dónde fueron a caer esas largas misteriosas lágrimas, pero quien las había vertido siguió agitándose entre los objetos de su trabajo, cada vez con más visible turbación, hasta el punto de no tener posiblemente conciencia de lo que hacía. Palomino le observaba estático, sobrecogido de presentimiento, con las pupilas fijas, pendientes de aquella maniobra que inspirábale intensa expectación y angustiosa zozobra. Luego las manos del trabajador fueron a ensamblar un lingote de plomo entre otras barras dispuestas en la mesa de labor. Entonces Palomino cesa de aguaitarle, y, atónito, abstraído, bajos los ojos, superpone círculos con la fantasía herida de sospecha, desembroca afinidades, vuelve a sorprender nudos, a enjaezar intenciones fatales y rematar siniestras escaleras.... Otro día ingresó de la calle una desconocida visita, la cual acercóse al linotipista y le habló largo rato, no se percibían sus palabras entre el ruido de los talleres. Palomino saltó, plantóle la vista, analizándole de pies a cabeza, a hurtadillas, pálido de temor... ¡Palomino! ¡Vea! –le consolaba yo– Olvide usted eso, creo que no puede ser. Y él, por toda respuesta, apoyaba las sienes entre ambas manos, tintas de encierro y desamparo, vencido, sin fuerzas. A los pocos meses de habérseme traído aquí, él era mi mejor amigo, el más leal, el más bueno.
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Errores ortográficos comunes para alígera

Palabras más comunes que riman con alígera


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