¿Cómo se escribe cayejeo?

En español diversas letras comparten el mismo sonido, esto da lugar a infinidad de dudas ortográficas, en muchos casos estas dudas se pueden resolver aplicando las reglas generales de ortografía. Por esa razón, si dudas de cómo se escribe una palabra, introdúcela en nuestro corrector y te la corregimos mostrándote la regla que deberás aplicar para poderla escribir correctamente.

    Los errores ortográficos más comunes son:

  • Errores de acentuación de las palabras, sobre todo en caso de que la sílaba tónica forme parte de un hiato o un diptongo.
  • Empleo de las letras j y g porque dependiendo de la palabra la letra g ha de pronunciarse con el fonema /j/.
  • Empleo de las letras c,z y el dígrafo "qu" para los fonemas /z/ /k/ y /s/, el fenómeno del seseo y del ceceo.
  • Empleo de la letra h que al ser muda, es decir, no tiene un sonido asociado, da lugar a errores.
  • Empleo de r o rr. Ya que en ocasiones la letra r se corresponde al fonema que el dígrafo rr.
  • Empleo de las letras y, ll para los fonemas /y/ y /ll/ y el fenómeno del yeísmo.
  • Empleo de las letras b,v dos letras distintas que comparten el mismo fonema /b/.
  • Empleo de la letra x para representar el fonema /s/ o /k+s/.

Hay varias causas por las que puede estar mal escrita cayejeo, a continuación se muestran las distintas posibilidades:

La palabra cayejeo se escribe con LL

Aunque el fonema /ll/ y /y/ tienen sonidos distintos, la inmensa mayoría de hablantes del español son yeístas, esto es, que no diferencian entre el sonido del fonema /ll/ y el sonido del fonema /y/. Por esta razón muchas veces es conveniente recurrir al diccionario para resolver las dudas.

Ejemplos con la palabra Callejeo

«Parece mentira, mamá, que sostengas cosa tan contraria a la verdad de los hechos. ¡Que yo me debo a mí propio mis desgracias!... ¡que todo el mal que sufro es obra mía!... ¡que tú te has desvivido por rodearme de bienes, y yo he tirado esos bienes por la ventana! Pero, mamá, vamos a cuentas, y examinemos un poco lo pasado. ¿Quién es responsable del mayor mal de mi vida, de mi matrimonio, sino tú? En aquel tiempo, yo sentía en mí los instintos cismáticos, pero aún conservaba la forma ortodoxa, la obediencia. Yo te quería y te respetaba sobre todas las cosas, y tu voluntad era sagrada para mí. Influida por esos amigos de la familia, que tú admiras y veneras tanto como yo les detesto, te empeñaste en que me había de casar con Pepita Pez. «Pero, mamá, si Pepita Pez no me gusta, si no congeniamos... Es más, me figuro que yo no le gusto a ella. Soy muy rudo, ella muy fina, superficial, educada en el formalismo madrileño, en el culto de las apariencias, trasunto fiel de la tontería remilgada de su papá y de todos los Peces...» Recuerda cómo te volabas cuando yo te decía esto, recuerda también los elogios que hacías de la chica. Entre ella y su padre, con adulaciones y marrullerías, te habían trastornado la cabeza... «Nada, nada, tonto. Que te has de casar, y que te has de casar, y que te has de casar... ¿Qué entiendes tú de mujeres? Pepa es un ángel, y en la intimidad te prendarás de ella». Yo tenía ya ideas propias, pero conservaba el hábito de sacrificarlas a las tuyas. Me sentía niño ante ti, como cuando me sentabas sobre tus rodillas. Nada me afligía tanto como disgustarte... «¿Con que te empeñas en que me case, mamá querida? Pues allá voy, te obedezco, soy tu esclavo... ¡Prueba terrible y cara! Pago con mi felicidad mi patente de hijo sumiso... En efecto, aquello salió como debía salir: no necesito recordártelo. Mi mujer y yo fuimos, desde los primeros días, de una incompatibilidad desesperante. Todo lo que a mí me desagradaba, gustábale a ella. Su presunción, su frivolidad me atormentaban más que la sequedad de su alma. Me ofendía con sus trajes, con su incesante callejeo, con sus artificios, con su desamor y con sus mimos y patatuses cuando no la complacíamos en cualquier estúpido capricho. Lo que pasé, mamá, lo que sufrimos, ¿cómo ha podido olvidársete? Escapamos de aquel suplicio gracias a la pulmonía que se la llevó. ¡Y todavía el mamarracho de don Manuel Pez aseguraba que yo maté a disgustos a su pobre niña! ¿Te acuerdas del día en que nos liamos de palabras en el comedor de esta casa, y arremetí a él y por poco le ahogo? Ese Pez y otros como él nulidades huecas, fariseos y escribas de este dogmatismo imbécil de las conveniencias sociales, han sido los determinantes de mi conducta rebelde y de mis aficiones anárquicas. Cuando me quedé viudo, considereme indultado de una terrible condena, y dije: «ya no obedezco más...» Pues te diré, ya que aquella lección no te curó de tus mañas autoritarias, que Dulce es la antítesis de mi mujer. Esta, y no aquella, merecería ser la madre de tu nieta. Esta, y no aquella, endulza y alegra mi vida. Esta, y no aquella, debiera reinar en nuestra casa, al lado tuyo. Pero no cederás en esto, lo sé. Primero correrán las montañas, y los bueyes pastarán en las nubes, y las aves darán de mamar a sus polluelos... No, no me eches la culpa de que se te haya trastornado el corazón. Culpa más bien a tu carácter absorbente y despótico, que no admite ni la desobediencia más leve, ni la réplica, ni siquiera la opinión de los demás. Encontreme atado con mil lazos, algunos legítimos, otros no, quise romper los que más me oprimían, y tirando, tirando se rompieron todos. Soy revolucionario por el odio que tomé al medio en que me criaste, y a las infinitas trabas que poner querías a mi pensamiento. Te lo expliqué mil veces, y nunca lo quisiste entender. Volveré a explicártelo cuando estés mejor, y puedas oírme sin peligro».
Ver ejemplos de oraciones con la palabra callejeo

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