Categoría gramatical / tiempo verbal de candidotes

Como adjetivo, sustantivo

Adjetivo Masculino Plural

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Sustantivo Masculino Plural

El sustantivo es la palabra que utilizamos para designar entidades, tienen género: masculino o femenino y número: singular o plural.

Aumentativo De Cándido

Ejemplos con la palabra Candidotes

Feijoo, Isla, Alvarado, Cadalso..., cuantos ingenios españoles han venido cultivando el género epistolar en rancio castellano, fueron unos badulaques, por más que la fama diga otra cosa y afirme que en sus respectivos géneros fueron cada uno una lumbrera que aún hoy sigue alumbrando a más de cuatro miopes, y que les es deudora, acaso de su vida, la literatura nacional. Y nótese bien este adjetivo, que con el dicho se está el fundamento de la fama de aquellos pobres hombres. Tenía entonces la literatura un sabor empalagoso, casi tanto como los potajes de los conventos y cuarteles en que se confeccionaba, mas como no se conocían pues ni fricandós, los candidotes nietos de Cervantes tramábanla con la mejor buena fe, sin acodarse para nada de la cocina francesa, que más tarde había de sufrir con decidida preferencia a los hombres de alguna importancia en la república de las letras... ¡Oh supina ignorancia! ¿Cómo pudo el filosofo padre Feijoo consagrar tantas vigilias, tal rimero de epístolas nos ha legado, a las áridas cuestiones de religión, de filosofía, artes, oficios, ciencias y literatura, sin reparar un poco en la elasticidad del género que cultivaba en el porvenir que le estaba reservado fregando con él los gabinetes de una cortesana? Mientras los otros, profundos políticos, eminentes moralistas, desfacedores de entuertos sociales, agotaban velones y chamuscaban mechas de algodón emborronando pliegos y más pliegos, sacudiendo tajos y mandobles a todo estorbo que hallaban a su paso, ¿cómo no se les ocurrió dejar las cosas como estaban, cantar las jerarquías políticas, barrer las gradas del Poder, adular la aristocracia financiera y entrar en los suntuosos estrados, no para estudiar los vicios y las aberraciones de la culta sociedad, satirizándolos luego con el nocivo fin de extirparlos y traer a otro sendero la descarriada civilización, sino para convertirse en sabrosos narradores de todos los sucesos de telón adentro y ser los panegiristas del encumbrado señorón monsieur ''le bon ton''? Se plega tan bien el estilo epistolar a estos asuntos, cabe tanta amenidad en él prodigándolo cada día... Y, sobre todo, cae tan bien al pie de una lista de defunciones, de bailes, en proyectos de matrimonios en ciernes, de trabajos y toilettes, la firma de un literato de algún mérito, que casi hace que uno mire de buena gana y con tolerante afabilidad los revolcones y descalabraduras de tanto imberbe e incompetente doctrina al escalar difíciles y para ellos imposibles empresas, que acometen por la sencilla razón de que las encuentran abandonadas por sus legítimos defensores, a caza a la sazón de misterios de gabinete. Es verdad que algunos, o la mayor parte, de los flamantes cronistas, han llevado su modestia hasta el extremo de ocultarse tras de un seudónimo vulgar, no conceptuando, sin duda, dignos de suscribir con los de pila sus sabrosas misivas, pero no es menos cierto, y sírvales de gobierno y de orgullo a la vez, que el disfraz se transparenta y que sólo ha servido para excitar la curiosidad de los cronicófilos encargados ya de legar su nombre a la posteridad en letras de oro zurcidas sobre el más rico ''chiné, glacé'' o ''moiré'', que esto irá en gustos, recomendados por ''Le Petit Courier'', o ''Le Follet'' de las fábricas más en boga de París.
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