Definición de reverdezcan

Existen varios significados para la palabra Reverdezcan los podrás ver todos a continuación.

Acepciones de Reverdezcan como conjugación de reverdecer

Categoría gramatical: verbo intransitivo, verbo transitivo, 2ª persona plural del presente de subjuntivo de reverdecer, verbo intransitivo, verbo transitivo, 3ª persona plural del presente de subjuntivo de reverdecer, verbo intransitivo, verbo transitivo, imperativo plural de reverdecer
Categorías gramaticales y tiempos verbales de reverdezcan explicados

  1. Volver a ponerse verdes y vigorosos los campos, los árboles y las plantas que estaban mustios y secos.
  2. Renovarse, tomar algo nuevo vigor o fuerza
  3. Volver a ponerse verdes las plantas secas o mustias. renovarse o tomar nuevo vigor.

Ejemplos con la palabra Reverdezcan

Mientras las aguas corran y los árboles reverdezcan,.
Pero ¡ay! siempre que intentaba yo sacar a relucir los recuerdos cuya evocación me convenía, el más antipático de los presbíteros de guardia pronunciaba un parecido al del doctor Pedro Recio de Tirteafuera, y añadía: No nos parece bien que se le reverdezcan al Sr.
Encontré a Santiago en excelente estado de salud, recobrado de sus desazones, el cuerpo ágil, el rostro lleno, la mirada viva, sincera. Ya le han quitado el bigote para ponerle la marca eclesiástica, y con ello se desfigura el negro rostro que hemos conocido tan marcial y varonil... En ciertos momentos de nuestra conversación le vi recobrar la prontitud airosa de sus ademanes y aquel gesto de impaciencia y resolución. El amigo enmascarado habría soltado todos los artificios de su disfraz si le dejaran solo conmigo. Pero ¡ay! siempre que intentaba yo sacar a relucir los recuerdos cuya evocación me convenía, el más antipático de los presbíteros de guardia pronunciaba un absit parecido al del doctor Pedro Recio de Tirteafuera, y añadía: «No nos parece bien que se le reverdezcan al Sr. D. Santiago las memorias de sus padecimientos». Por tres veces intenté yo meter baza, y la Inquisición, que tal parecía, no me dejaba. Un momento hubo en que me faltó poco para echar mano a la silla en que me sentaba y estrellarla en la cabeza del Pedro Recio, que no me permitía comer, hablar... Díjome entre otras cosas Santiaguillo que su vocación era tan firme, que no había ya móvil ni mundano interés que de ella pudiera desviarle. Pensé que de otro modo hablaría quizás mi amigo si la esclavitud de aquella casa no hubiera cargado de grillos y esposas su sinceridad. Tan contento estaba de verme, que no me quitaba los ojos, poniendo en ellos una emoción muy viva, y siempre que yo le manifestaba mi cariño, del único modo que hacerlo podía, con palabras, se levantaba para darme abrazos apretadísimos. ¡Pobre Santiago! Nos habló extensamente de Jesucristo y de las hermosuras de la religión, cosas en verdad nada nuevas para mí, pues yo también amo a Cristo y admiro como el primero las bellezas del dogma, sin que por ello se me haya pasado por las mientes meterme cura. Por fin, me propuse que no terminara la visita sin que yo, a despecho de los enfadosos centinelas, soltase alguna expresión o concepto que hiciera vibrar el alma del catecúmeno. Así fue, y ya en pie, despidiéndonos, le dije: «Santiago, sabrás que Gracia no se ha consolado del desprecio que le hiciste, y ha tenido bastante grandeza de alma para perdonártelo. Aún espera de tu caballerosidad que...». No pude seguir porque vi venir sobre mí a los cuatro clérigos con una melosa amonestación para que me callara. Santiago cerró los ojos al oírme, y se volvió hacia sus guardianes como para pedirles auxilio contra mi atrevimiento. Pero yo vi la flecha penetrando en sus carnes, y el efecto estaba conseguido. Despedime prometiendo volver, y mientras dos de los curas cogían al ángel negro y para dentro se le llevaban como a un colegial castigado, los otros salieron a despedirnos con empalagosas cortesanías y melifluos agradecimientos por la limosna que les di. Rezarían mucho, según me aseguraron, para que Dios aumentara mi hacienda y pudiera yo hacer caridades sin tasa, asegurándome así el reino de los Cielos. Díjeles que, estimando sincera la vocación de mi amigo, yo miraría por la Instrucción Cristiana, ayudándola en sus necesidades, y me retiré viéndoles hacer muchas cortesías. Quedaron ellos esperanzados de tenerme en su predicamento, yo me fui con la intención de un jarameño debajo de mis urbanidades afectuosas.
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Errores ortográficos comunes para reverdezcan

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